A este hijo mío le encanta revolcarse por la tierra y acabar hecho una croqueta. En cuanto le suelto el cinturon de seguridad del carrito, salta al suelo y empieza la fiesta.
Si estamos en el parque busca el barro o la parte más sucia y asquerosa que haya para sentarse comodamente a tirarse tierra a la cabeza. El chocolate también tiene mucho peligr con él. Se restriega las manitas llenas de pringue por toda la ropa. ¡La de lavadoras que hay que poner co este chiquillo! A veces me dan ganas de meterlo a él también dentro o meterle vestido en la bañera para terminar antes.
Un día me invitó una amiga a tomar café a su casa. Me trajo un vaso templadito y nada más tocar la mesa bajita del salón. Daniel se lo tiró encima como una bala, en un intento de bebérselo antes de que yo se lo quitara. "Ja, ja ¡niños!" se límito a comentar mi amiga y también madre. Se levantó, fregó el suelo y le dio a Daniel un vaso de leche con cerales. Del atrotinamiento el pequeñajo se volvió a duchar. Y no contento con eso se acercó al hijo mayor de mi amiga, le arrebató su vaso de leche y también se lo echó por encima. Yo ya estaba desesperada, pero mi compañera de vicisitudes no perdió los nervios en ningún momento. Volvió a pasar la fregona y le encasquetó a mi niño un vaso para bebés. ¡así resultaba muy difícil que se siguiera poniendo más medallas en la ropa. Luego me ofreció ropa de su segundo hijo para que mi hijo no saliera a la calle con esa facha. Rechacé la oferta porque, al fin y al cabo, vivo cerca y enseguida me iba a poner en mi casa, donde pensaba frotar a conciencia al niño y a su ropa.
La mala suerte quiso que en el camino me encontrara a la madre y a la abuela de Raúl. Debieron alucinar cuando vieron a Daniel más guarro que nunca.