Desde que Daniel se enteró que esta vez sí que sí que nos íbamos a Las Palmas y que iba a ser en Navidad me pidió hablar con su tía Silvia. "¿Para qué querrá este hablar con mi hermana?" me pregunté, pero no vi motivos para negarle su petición, así que marqué el número y se la pasé.
"Tía Silvia, ¿hay feria de Navidad allí? Pues quiero que me lleves y que me montes en más de dos sitios. En más de dos ¿Eh?" con esto queda demostrado que la limitación que le impuso su padre durante las fiestas del barrio le calaron muy hondo.
Mi hermana se tomó muy en serio la petición de su sobrino y con embarazo y todo nos embarcó en la aventura que emociona a los niños y espanta a los padres. De repente nos vimos rodeados de luces chillonas y música pumba pumba a todo volumen.
Iván lo señalaba todo gritando "montá ahí, montá ahíiiiiiii" y Daniel elegía metódicamente su próximo destino. Nos separamos porque cada niños tenía unas necesidades según su edad. Iván el castillo hinchable sí o sí y Daniel, la casa del miedo cutre en la que repitió dos veces tan contento.
Los dos coincidieron en unas camas elásticas en las que te ataban a unas cuerdas elásticas para dar unos botes flipantes y en la montaña rusa para niños pequeños. Iván se enamoró de esa montaña rusa, aunque yo lo pasé fatal porque veía que se asomaba demasiado. De hecho, cuando paró comprobamos que las barras de seguridad no valían para nada y que se podía salir con total facilidad.
Para ellos fue el paraíso, pero los adultos respiramos tranquilos cuando dijimos adiós a la Feria.
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