Desolada, fui a recoger a los peques al cole temiendo su reacción, pero parecieron no darse cuenta de la desaparición. Hasta que llegó el momento temido... no es que preguntaran dónde estaban sus creaciones, no fue eso. Fue peor. ¡Me pidieron una caja!
"Mami, dame una caja que quiero hacerme un cascoooo", "Y yo una casa para estos bichos, porfiiiii". Glups. Y ahora que les digo. Solo tenía retales cutres, que se habían salvado de la quema por estar bien guardados, y, claro, no saciaron la sed creativa de las mini bestias. Tuve que oirles renegar en arameo y jurar por lo bajo sobre lo malísimos padres que éramos al coartar así sus juegos.
Al día siguiente, los llevé al parque. En parte para que les diera el sol, en parte para que hicieran ejercicio y en gran gran parte para que no siguieran pidiéndome materiales que no tenía y poniéndome cara de haber sido ultrajados hasta la médula. Iván hasta había sugerido darnos un salto a un todo a cien para comprar unas cajitas de nada.
El caso es que fuimos directos a los columpios, pero mis hijos ya sabían lo que querían y no tardaron en perderse de mi vista con su objetivo en la mente: el contenedor de cartones. Les pillé enseguida, pero les dejé hacer porque me encanta que jueguen así. No suponía la encerrona que me iban a hacer cuando les pidiera que volvieran a recoger todo en el contenedor antes de irnos. Me miraron con ojitos brillantes, se abrazaron cada uno a una caja y me pidieron porfiiiiiiiiii si se las podían llevar tooodas a casa. "Como nos habéis tirado las otras...", me chantajeó el mayor. ¡Vaya si me conoce! Obviamente les dejé llevar sólo una. Y ni en sueños la enorme que ocupaba más que los dos juntos.
Iván eligió una con la que se había hecho un castillo habitado con piñas y palos. En un principio, cargó con todo el contenido, pero le eché un jarro de agua fría asegurándole que todo eso no entraba en casa. Al final seleccionó cinco piñas y me puso ojitos para que no desmantelara su adorado reino piña. Y sí, tiene todo el pack en su habitación y, por ahora, juega más con ellas que con los muñecos. Fascinante.
Daniel eligió una caja de zapatos que se abre de una forma muy singular y lo convirtió en su cofre del tesoro. En ella guarda sus pertenencias más importantes. Los dos me han hecho jurar y perjurar que no iba a tirar sus juguetes nuevos. Y, claro que he jurado. ¡Si no soy yo la que les tira los cartones! En fin, a ver lo que duran. De todas formas, estos pillos ya saben dónde abastecerse.
Jajajaja. Espero que nunca te pregunten delante de los vecinos "¿podemos ir a buscar cosas al contenedor?". Besotes!!!
ResponderEliminarMe temo que los vecinos ya nos conocen y no se asustan de nada jajajaja
EliminarNi de mis terroríficas voces...
Ahí es donde se ve la esencia del juego, en lo básico en las cosas que menos te esperas. Y por cierto yo he ido muchas veces mirando los contenedores buscando cajas de cartón o de madera de estas de la fruta jajaja
ResponderEliminarTú eres de las mías!! Aunque solemos tener cajas de cartón. Si no es de unos zapatos, de un envío de amazon... hasta de lo cereales. El material viene a mí, pero antes de que podamos usarlo papá lo tira buaaaaaa
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