Programando a mi mejor amigo

Una tarde, mi primogénito me abrió su corazón y me contó que había algo que le preocupaba sobremanera: No encontraba un amigo a su medida. Quería a alguien que le hiciera caso, que jugara con él a lo que él eligiera, que le siguiera el rollo, que le dijera lo maravilloso que era... ¡Vamos! que me enumeró un millón de razones hedonistas muy comunes a estas edades. Sus amigos de ahora tenían personalidad propia ¡Horror!

Muy seria le contesté que lo que pedía era imposible. No existía el esclav... digoooo... El amigo perfecto que estaba buscando. Para conseguirlo tendría que estudiar mucha tecnología y programación para construirse un robot amigo que cumpliera todos esos requisitos tan tiranos.

Enseguida se le iluminaron los ojillos. "¡Que gran idea!" Exclamó. "¿Qué idea?" le respondí un poco mosca y con mucho temor. A saber que había entendido... "¡Voy a programar a mi mejor amigo! Cuando venga papá se lo digo y que me ponga Scrath en el ordenador" y se fue tan contento.

En cuanto su padre asomó la nariz por la puerta de casa se le tiró a los brazos y le contó su gran idea muy entusiasmado.

A Raúl le hizo gracia lo que le pedía su hijo y los dos se pusieron a ellos con ahínco. Al rato llamaron a toda la familia para conocer a un gracioso gato que se movía, decía "hola Daniel" y desaparecía. Alucino con lo que hacen los niños de ahora. Yo no era capaz ni de formatear el disquette a los catorce.

Después del gato, Raúl y los dos niños se dedicaron a programar más cositas con velas, tartas, más personajes... Se lo pasan pipa con el Scracht este.