Daniel había arrastrado una silla de la cocina hasta el lugar en el que tenemos el microondas, se había subido tranquilamente y se disponía a abrir la puerta del electrodoméstico.
En ese momento decidí ponerme a recoger y limpiar la cocina. Así no le quitaba ojo. Sus imprudencias le llevaban a situaciones peligrosas. Se dedicaba a meter y sacar los imanes de la nevera, pero en su ímpetu iba alejando la silla cada vez más del mueble y corría el riesgo de caerse. A pesar de todos mis esfuerzos por hacer cosas de la casa y estar atenta a la vez. Se cayó en una ocasión.
Pero no creáis que se amilanó. Volvió a juntar la silla y a trepar.
No es la primera vez que me sorprende con sus dotes de escalada. Otra vez me lo encontré peligrosamente encaramado al bidé jugando con los cepillos de dientes que había en el lavamanos. En otra ocasión, me asomé al salón para que ver que tramaba y se encontraba haciendo equilibrios sobre el maltrecho árbol de los gatos.
Hay que tener muchísimo cuidado con este bebé tan inquieto. Ahora tengo que echarle un vistazo cada dos minutos por si acaso.
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