lunes, 11 de diciembre de 2023

Yacimiento de Atapuerca

Llevábamos mucho años con la visita de los yacimientos de Atapuerca pendiente, así que nos dijimos de este puente de diciembre no pasa. Llamamos para reservar y lo dejamos todo listo para la visita... el día del puente que más llovió con diferencia. Así de suerte tuvimos. Aún así nos encantó la experiencia. Aunque los niños tuvieran el morro un pelín torcido, porque, según ellos tenían frío y se estaban mojando muuucho. 

Es que crecen y se hacen de finolis. Antes ni una tormenta les privaba de una buena aventura. En fin, que un poco sí que les voy a dar la razón porque nos cayó una que ni para qué, pero a mí no me impidió disfrutar de todo.

Empezamos por el centro de interpretación, que en mi opinión de cero en arqueología, me pareció lo mejor, porque era muy visual e interactiva. Para empezar tenía una exposición muy chula en la que se podía manipular casi todo. También es verdad que todo era reproducciones, pero eso no le restaba encanto. Mola más cuando puedes tocar.

Y anda que no podías manipular cosas. Desde herramientas para hacer fuego, hasta otras para pulir, afilar, preparar pieles de animales, hasta un telar o un lugar para pintar en las piedras, incluso cuevas y chozas para meterte dentro a investigar. ¡Una pasada!

La visita guiada también nos gustó mucho. Nos tocó una guía que lo contaba todo de forma muy amena enseñándonos los procesos de cada cosa que explicaba de forma práctica. Luego dejaba que manipuláramos nosotros los materiales y las armas. Lo malo es que como el tiempo no acompañaba, pues tampoco era muy cómodo estar tirando al arco.

Nos contó muchas cosas sobre las costumbres, las formas de vida, los tipos de homos, curiosidades sobre ellos, el arte, las armas y, lo mejor de todo, las incógnitas que aún se tienen sobre ellos, que son muchísimas, porque, claro, no ha sobrevivido ninguno para contarlo. 

Y más nos contaron en el yacimiento, al que nos llevaron en autobús desde el punto al que nos dijeron que teníamos que acercarnos en coche tras la visita del centro de interpretación.

Llegamos pronto y nos dio tiempo a tomarnos una chocolate calentito. Tiene una máquina que los tiene  muy ricos. O a lo mejor es que nuestro cuerpo lo agradeció muchísimo tras el primer aguacero que nos comimos.

El segundo nos cayó mientras nos explicaban más cosas curiosas e interesantes del yacimiento, lo que se ha descubierto y lo que queda por descubrir. ¡Es la mina de oro de la arqueología! Tanto que han tenido que bajar el ritmo de excavación para no agobiar a los investigadores que luego les toca esclarecer exactamente qué tiene entre manos y todo lo que nos cuenta sobre su época.

También nos tocó una guía muy amena y divertida. Con su charla casi no notábamos los efectos del segundo aguacero.

Pero cuando nos sentamos de nuevo en el autobús comenzamos a sentirlos. Estábamos caladísimos. Hubo un momento de caos porque no cabíamos todos en el autobús y algunas personas estaban de pie en el pasillo pensando que les iba a tocar agarrarse de donde pudiera, pero nuestra decidida guía puso orden enseguida. Por lo visto se nos habían colado unos despistados de otra visita. Al final todos volvimos bien sentados y disfrutando de la calefacción del bus.

La verdad es que ahora me han dado unas ganas locas de volver al Museo de la Evolución Humana que es lo que falta de esta visita. Ahí está el auténtico cráneo Miguelón, Elvis la pelvis y el bifaz Excalibur. Ahora que hemos escuchado mucho más sobre cómo se encontraron y cómo se piensa que encajan en el gran puzle de lo que fue la prehistoria hay que volver, aunque aquí ya hemos estado muchísimas veces. Es una museo fantástico.


















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