En esta ocasión los niños han ido más a su aire. Se nota que se han hecho mayores. Se juntaban con otros niños y ¡a jugar! Pero eso no quiere decir que no estuvieran deseando medirse con nosotros sus padres. Eso siempre es un placer para ellos.
Muchos de los juegos que cogieron eran conocidos por ellos. Se ve que no tenían muchas ganas de probar novedades. Y la mayoría tenían mecánicas sencillas y tontas hasta decir basta. De esos que Raúl se niega a que entren en casa bajo ningún concepto.
El que más les ha flipado con diferencia fue una recomendación de un chico de la ludoteca que les acertó de lleno, pero no sólo a ellos. Todos los niños que pasaban al lado de nuestra mesa se paraban a investigar a qué estábamos jugando y antes o después les descubríamos jugando al mismo muertos de la risa. Y no puede ser más tonto y más frustrante, porque cada dos por tres te toca volver a la casilla de salida. Pero me voy a dejar de misterios y voy a desvelar el título del juego que ha hecho las delicias de un montón de niños en las TdN y que mis hijos sacaron no se cuantas veces: No despiertes a papá. Y no, no lo busquéis en Board Game Geek porque no lo vais a encontrar. La mecánica consiste en tirar una ruleta y avanzar al color que salga intentando no hacer ruido para no despertar al padre, una figura un poco grimosa que reposa en una cama gigante en medio del tablero. Los esforzados jugadores intentarán llegar hasta la nevera los primeros para comerse la tarta de chocolate sin ser descubiertos. Caerán en casillas en las que ten indica el número de veces que hay que darle al despertador que descansa en la mesilla: una, dos, tres, cuatro... En cualquier momento el muñeco del padre despertará sobresaltado y te enviará de nuevo a la salida. Si tienes la suerte de tener en tu mano la carta con el dibujo de la casilla que caes te libras de aporrear el despertador y tentar tu suerte. Vaya carcajadas cada vez que se despertaba el padre. Ni siquiera les importaba volver a la casilla de salida.
Otros juegos del estilo al que jugaron también con mucha emoción fueron Dino Crunch; en el que los jugadores tienen que quitar los huevos con pinzas a un T-rex sin que les pille para salvarles de una erupción volcánica; Man-tibu-las, en el que hay que pescar peces de la boca de un tiburón que en cualquier momento salta y te pega un mordisco, Barni Hop Hop, en el que hay que robar zanahorias a un conejo a base de tirar un dado sin que el animalillo pegue un bote; y Goco Lui, en el que hay que ir sacando mocos de la nariz de una cabezota sin que se le salga el cerebro. Habréis adivinado que este último es con el que más se tronchan, después de No despiertes a Papá, por supuesto.
El segundo juego que les fascinó, sobre todo a Iván, pero en general a toda la chiquillería, nos mola mucho a toda la familia. Fijo que cae antes o después. Se llama Ratland y a estas alturas seguro que muchos lo conocéis. Consiste en alimentar y hacer crecer a tu comunidad de ratas para que trabajen para ti robando quesos en distintos vertederos o a algún compañero. Cuidado dónde vas a robar porque al meter la mano en el saco en vez de delicioso camembert te encontrás con queso en malas condiciones que te puede atontar, desorientar o incluso matar a las ratas. Es un juego de estrategia y organización muy chulo.
A Daniel también le enamoró Whoosh, un juego de rapidez mental en el que los jugadores deben tratar de capturar monstruos antes que el contrario. Cada carta de monstruo indica la combinación de armas y hechizos que acaba con él. Los jugadores deberán ir descubriendo cartas hasta que alguién se dé cuenta de que se ha desvelado el combo deseado y atrape la carta del bicho antes que sus compañeros. Se puede adquirir a través la editorial o en las tiendas que indica en su página web.
Otro juego que también probamos en las TdN y al que le teníamos muchas ganas es el Magic Maze Kids, en el que hay que llevar a cabo misiones de forma colaborativa. Cada uno se encarga de mover a los bichos hacia un lado, hacia el otro, arriba o abajo y sólo para el lado que les toca. Tienen que estar atentos para resolver cada puzle sin que nadie les diga nada. La gracia está en hacer señas y aspavientos o mirar desesperadamente a la persona que debería hacer algo y no lo está haciendo sin hablar, pero en el juego explican que, según las edades esto puede ser demasiado complicado. Y tienen razón. Los nuestros nos se enteraban mucho y se acababan agobiando de que les diéramos golpecitos en la mesa con insistencia. Ellos prefirieron jugar hablando, lo que a los papis nos pareció lo más soso del mundo. En este juego hemos encontrado la brecha generacional muy patente.
Monster Factory también lo jugamos por primera vez en estas jornadas. Es un juego muy bonito, pero que acabó por aburrir a los peques. La historia es que la reglas estaban en inglés y no estaba el padre cerca que es el que más controla este idioma. Por lo que entendí, con el jaleo de dos niños revoltosos presionándome y el peso del sueño en mi párpados, que ya eran altas horas de la noche, había que ir robando piezas para hacer el monstruo más grande, pero que acabara. Podías fastidiar al compañero añadiéndole una pieza en el último momento para que no lograra acabar el suyo, pero entonces no usabas el turno para completar el tuyo. Las piezas son chulísimas y los monstruos que salen delirantes y molan mucho, pero casi imposibles de acabar con las fichas que te van saliendo. Los peques se cansaron pronto de seguir las reglas, pero les flipó construir sus propios monstruos a su bola.
El resto del tiempo que estuvimos disfrutando de la ludoteca se empeñaron en jugar a juegos a los que ya hemos jugado millones de veces. Algunos incluso los tenemos en casa. Ni el padre ni yo lo entendemos, porque a las jornadas de juegos de mesa vamos a probar nuevos juegos y ver si nos gustan, pero tampoco nos íbamos a poner a discutir con ellos. Sobre todo si el tema es que se sentaban con amigos suyos a jugar.
Repitieron a la Torre del Dragón y saltaron de la silla emocionados cuando el malvado monstruo les tiró la torre, pero la princesa quedó milagrosamente de pie entre los agujeros de los suelos; sufrieron por no perder la plaza ni la vida para ser los monstruos más famosos de King of Tokio y King of New York; Participaron en una carrera contrarreloj entre el niño bueno y el malvado hechicero para encontrar la llave y la cerradura correcta en la Torre Encantada (el de viaje no lo probamos: Nos parece una buena idea que haya versión viaje, pero pudiendo es más vistoso el de siempre); se desternillaron con las piruetas imposibles de El aviador loco para robarles las gallinas; ejercitaron su puntería (tan mala como la de la madre) para colar las bolitas de Diego Drago en la abertura correspondiente al dibujo de la tarjeta que les salí; y pusieron la memoria a trabajar a tope para conseguir todos los símbolos de El laberinto mágico.
También, tendría que hablar de los juegos infantiles que nos llevamos a casa: Rox, The forest y Picnic, pero eso ya será en otro post, que este ya se nos alarga demasiado.
La verdad es que parecía que con la agenda de actividades que tenían en mente no iban a tener muchos huecos libres para jugar mucho en la ludoteca de las jornadas y queda claro que siempre hay tiempo para echarse unas risas ante un tablero.
¿Pero cuántos días dura eso? Os cundió de lo lindo... Besotes!!!
ResponderEliminarCuatro días sin parar. Así que la gente sale de allí agotadisima pero con ganas de más jajaja
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