Adiós 2021, hola 2022

Llegamos a partir el año en Las Palmas por poco. Fue llegar y casi tomar las uvas directamente. De hecho, no llegamos para las campanadas peninsulares, que son las que suele ver mi familia, muy poco dada a trasnochar más de la cuenta.

En este caso, por ser nosotros, nos tomamos las uvas canarias, o conguitos o lo qua cada uno quiso. Los que elegimos uvas casi morimos en el intento. Mi madre había comprado las más gordas del mercado. "Pero son sin pipas", se defendió al vernos sufrir con cada "dong". Nadie logró superar el reto este año. Espero que no signifique nada. Bueno, miento, a los de los conguitos extraños, rellenos de galleta oreo les sobró tiempo.

Tras brindar con champán de fresa, que más bien sabía sólo a champán, pero nos hizo gracia probarlo, nos subimos a la terraza de mi madre a encender bengalas y ver los fuegos artificiales. Este año iluminaron el cielo a base de bien. Tiraban unas pedazo de palmeras luminosas por todas partes que lo flipas.

Y entre medias teníamos a tres chiquillos agitando peligrosamente sus bengalas. ¡No nos podíamos despistar! Además, la tía Silvia compró de dos tipos: las de toda la vida y la versión cafre que nos dejó a todos temblando a chispazos. Evidentemente, a los niños les gustó mucho más la versión bengala cafre que la tradicional, menos mal que no habían muchas o fijo que algún cacho de pared hubiera acabado negro.

El caso es que todos disfrutamos de ese rato de luz y color. Todos, menos los perritos, claro, que, como es natural no les gusta nada los fuegos artificiales y ladraban furiosamente al cielo con cada estallido. Uno de ellos fue más precavido y se escondió en el rincón más tranquilo a esperar que pasar el temporal.

Y después de tantas emociones a la cama. Menos mal que los peques estaban cansados y se durmieron enseguida. Pensaba que con el subidón les iba a costar más, pero cayeron nada más apoyar la cabeza en la almohada.