Un día que fuimos a comer a casa de las abuelas a Daniel le entró la vena revoltosa (y qué día no). Se puso a rebuscar por toda la casa, seguido de cerca por su abuela Chari que no las tenía todas consigo de que no se la fuera a liar parda. Pero el mayor de mis niños lo único que quería era saciar su curiosidad.
Cada vez que encontraba un tesoro freía a su abuela a preguntas y ella le hablaba sobre el objeto en particular: Que si eso era una plancha antigua, que si eso era para moler el café, que si una tortuga hecha con las manos de oro de la abuela Paca... Y así estuvieron un buen rato.
Hasta que Daniel llegó a la conclusión de que todo lo que había reunido eran maravillosas piezas de museo. No tardó en montarse su propio museo de antigüedades en la mesa del comedor e invitarnos a una visita guiada. Ese día no estaba yo ni para visitas ni para nada, pero tanta ilusión y empeño puso que no me pude negar. El chiquillo se puso a explicar animadamente cada pieza de su museo.
Cuando terminó el juego cada cosa volvió a su lugar y toda la familia se sentó a comer la deliciosa comida que habían hecho las abuelas.
la imaginación no nos deja de sorprender!
ResponderEliminarSe montan unas historias buenísimas jajaja
EliminarSi es que las casas de las abuelas tienen tesoros!
ResponderEliminarPara los niños todo es susceptible de ser un tesoro jajaja
EliminarHasta la cosa más asquerosa que encuentran en el parque ;)