sábado, 11 de enero de 2020

Las Setas de Sevilla

Para comenzar nuestro periplo turístico histórico cultural por las calles sevillanas elegimos como objetivo Las Setas, que es una construcción muy original que inauguraron en el 2010 en la plaza de la Encarnación. Según me comentaron unos chicos que viven allí, al principio chocó mucho porque a los vecinos de la ciudad les parecía que no pegaba ni con cola con el barrio ni con el espíritu sevillano, pero, poco a poco lo han ido integrando en su imaginería urbana y ahora es hasta motivo de orgullo. Y no es para menos. A nosotros nos ha encantado.

Llegamos casi nadando de la que caía y decidimos comenzar por el museo que tiene en la planta a pie de calle: Antiquarium (creo que la entrada eran unos dos euros y niños gratis). Allí descubrimos los restos de una ciudad romana alucinante.

Con la lluvia los paneles explicativos se habían estropeado así que cogimos un folleto en la entrada para enterarnos de todo.

Aunque al final sólo me enteré yo, porque los niños prefirieron quedarse con que la ciudad era de un pueblo felino que vivía allá por la época romana y luego visigoda (vete tú a saber por qué), que vivían de secar sardinas (habían restos de una fábrica de aceites) y guerrear con sus malvados vecinos las ratas. También les gustaba adornar sus casas con bellos mosaicos. Se lo pasaron pipa contándome sus usos y costumbres.

Mientras estábamos por ahí vimos varios colegios de visita. La verdad es que el museo proporciona una oportunidad divertida de conocer sobre los habitantes del Imperio romano en España.

Mis hijos, como es de suponer, pasaron ni de intentar escuchar las explicaciones de los profesores y siguieron con las suyas, que molaban más.

Cuando paramos a recrearnos en la vitrina de lamparitas de aceites, parecía que los peques iban a consumir a lo más dos segundos de su vida admirándolas, pero se ve que tienen un radar y enseguida percibieron la lámpara decorada con un motivo erótico festivo que hizo lanzaran tremendas carcajadas durante bastante bastante tiempo.

Mientras yo intentaba que las carcajadas no subieran demasiado de volumen para no molestar a las excursiones colegiales, que, curiosamente, no parecían haber reparado en el detalle, mejor para sus maestros, que así no tuvieron que aguantar el cachondeito ya para todo el día.

En una sala anexa, pudimos disfrutar de una exposición de pintura de varios pinturas muy colorida que les encantó a mis peques. Pero que no les enganchó, más que lo justo pero verlos todos con un breve comentario de uno y otro, porque enseguida volvieron a las ruinas que eran a las que les estaban sacando todo su jugo.

La verdad es que dio para mucho y tardamos muchísimo en salir. Ya se habían ido todos los coles cuando nosotros decidimos marcharnos (lo decidí yo, evidentemente).

Una vez fuera compramos los tickets para el mirador de la última planta (tres eurazos por cabeza) y nos dirigimos al ascensor para descubrir que la terraza de Las Setas es una pasada.

Puedes seguir un caminito que rodea el tejado y te descubre maravillosas vistas de la ciudad, aunque seguro que en un día despejado son bastante mejores.

Los niños se fliparon y se pusieron a correr de arriba a abajo mientras yo hacía el camino más tranquilidad. Les dije que no podían irse de mi vista, así que corrían hacia atrás y hacia delante todo el rato.

Así pasó que, al finalizar la vuelta Iván se tropezó con una cartel que había tirado el viento y se dio un castañazo importante. Vaya lloros, y vaya bulto le estaba saliendo al pobre en la cadera.

Mientras yo les calmaba, Daniel se dedicó a dar vueltas y más vueltas por el camino sin parar de correr. miedo me daba que también acabara dolorido, pero bueno, que los niños también tienen que caerse de vez en cuando sin que los padres estemos sobre su cogote. Suponía que si algo así pasaba ya vendría llorando a mí. Menos mal que no pasó.

Cuando el benjamín se le pasó un poco el susto y el primogénito se cansó de dar vueltas, bajamos por el ascensor y le compré un aquarius al herido para que se lo pusiera en el bollo, que cada vez era más impresionante.

Decidimos salir a la calle porque había escampado un poco, pero a los dos pasos se puso de nuevo a llover torrencialmente y nos refugiamos en una iglesia preciosa, pero no me preguntéis como se llamaba.

Era muy bonita y tenía puesto un belén que entretuvo mucho a mis hijos. A la salida, un cura les dio una chuche a cada uno y restauró definitivamente el buen humor al día. Para que luego digan que no existen los milagros.







2 comentarios:

  1. Que lindo. Yo también las visité cuando estuve por esa ciudad. Una maravilla las vistas desde alli.
    saludos

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    1. Sí, a nosotros también nos encantaron las vistas. Aunque nos tocara un día tan lluvioso. Fue toda una aventura!!

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