Cuando vi los klilos y kilos que poblaban las ramas me di cuenta que había para todos. Para nosotros, para los pajaritos y para el que pasara por allí.
Daniel salió del carrito de un salto y se dirigió con decisión hacia donde faenaba su papá. A los pies de su progenitor se hallaban una serie de cajas y cubos llenos de la reluciente fruta.
Nos habíamos acercado un poco más tarde que el grueso familiar para pasarnos a comprar el pan y resulta que ya tenían hecha buena parte del trabajo. Yo me dediqué, sobre todo a hacer fotos y controlar al pequeñajo. La recogida se la dejé a los expertos.
El caso es que lo pasamos muy bien y que nos vamos a hinchar a cerezas. ¡Con lo buenas que están! Daniel no, porque a la fruta todavía no le da ni una oportunidad.
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