Misión Polar: encontrar nieve blanda y limpia

El miércoles de la semana pasada, cuando lidiábamos como podíamos con el trabajo y el cole en casa, decidí sacar una media horita a los peques a la calle a pesar de los peligros polares que nos acechaban. Los días anteriores no habían asomado la nariz por la puerta porque todos estábamos hasta arriba de tareas y por el peligro resbalar con le hielo y rompernos algo. Pero a mitad de semana ya empecé a percibir ligeramente que las fieras se subían por las paredes, así que les puse unas cuantas de capas de ropa sobre la cama para que se las pusieran encima y salimos a la aventura.

Nuestra misión consistía en encontrar un terreno de nieve virgen y limpia para hacer el cabra a gusto. No era tarea fácil teniendo en cuenta la que se había removido, pisado, endurecido y hasta cagado y meado. Algunos lugares era un insulto para los sentidos, creedme. Nada de la idílica estampa del primer día de tormentón invernal.

Pero no nos desanimamos y continuamos con nuestra búsqueda. En un rinconcito de un lugar apartado encontramos lo que buscábamos. kilos y kilos de nieve esponjosa y maleable. ¡A por ella! 

Al principio me quedé en un discreto segundo plano, pero las fieras cometieron el error de atacarme, así que me puse en modo ogro y los sepulté con técnica excavadora a dos manos. Intentaron contratacar, pero era imparable. Y eso que al final eran dos contra una. Acabaron mordiendo el polvo, digo la nieve. Ganadora indiscutible: YO.

La próxima vez se lo pensarán dos veces antes de atacarme con endebles bolitas de nieve. Lo malo era que estábamos bastante rebozados y la humedad comenzaba a calar entre las mil capas de ropa, pero como, de todas formas, tampoco podíamos estar mucho tiempo fuera, porque el deber nos llamaba, me los llevé casi a rastras hasta la seguridad y calidez del hogar. 

Aunque si fuera por ellos, aún estarían buceando en ese remando de nieve limpia.