Raúl vio Ubongo y no se lo pensó dos veces. Nos sentó a todos en la mesa y empezamos a jugar. Nos encantó. Es tipo puzzle. Consiste en tirar un dado y con la figura que salga coger las piezas que te indica la ficha y hacer la figura completa. El que antes la haga grita Ubongo y se lleva una gema valiosa, el segundo una menos valiosa y luego los cuatro jugadores cogen una gema al azar que puede dar más o menos puntos. Hay dos niveles de dificultad, así los adultos jugamos con el difícil y los niños con el fácil, con lo que se equilibró mucho la cosa. De 2 a 4 jugadores y a partir de 6 años.
En ese momento nos separamos de los niños porque se empeñaron en jugar de nuevo a Nightmarium y nosotros no queríamos repetir. Así que ellos se fueron con un monitor muy majo y nosotros nos sentamos a jugar Dry Bones con la propia creadora del juego, que se curró muchísimo la ambientación de la historia. Éramos exploradores que teníamos que resolver el misterio de los huesos secos y revivir a los muertos. Para lograrlo teníamos que recolectar objetos, descubrir secretos, esquivar obstáculos (como las tormentas de arena) y abrir portales. Una pena que me tuviera que ir antes de que se acabar la partida porque tenía que llevar a los peques al taller de Robótica, porque luego le estuvo explicando a Raúl lo más curioso del juego: las cartas musicales, con las que tienes que escuchar música en una app y responder una preguntas sobre lo que escuchas.
El caso es que me fui pitando a buscar a mis hijos, que, evidentemente, ya no estaban dónde les dejé, sino que se habían vuelto a ir al patio de los juegos gigantes, y los llevé al aula de informática.
Allí estaba ya el profesor de robótica, Marc Tarvé, de Ayudar jugando (un proyecto solidario alucinante que organiza eventos solidarios para ayudar a niños en situaciones de riesgo) y Cero en cordura.
Los peques estaban un poco revolucionados, pero enseguida se hizo con ellos. Empezó con una clase magistral muy participativo y luego les invitó a inventarse un robot sobre el papel (lo que me pude reir con el destructor asesino que te limpia la casa que hizo uno de los niños).
Lo siguiente fue ponerlos a meter líneas de código como locos para lograr un objetivo concreto.
En el caso del grupo de Iván, el robot tenía que dar la vuelta completa a una silla, y en el de Daniel tenía que seguir una línea negra que hacía una curva en menos de 20 segundos.
Ninguno llegó a lograr su objetivo al 100%, pero se les veía muy entregados y no se cansaban de probar una y otra vez con el simpático robot lleno de sensores que había traído consigo Marc.
Es alucinantes verlos trastear con el ordenador tan decididos, cuando yo lo que veía en la pantalla era algo así como chino japonés. Algunos padres se animaban a echarles una manita de vez en cuando, pero yo que soy de letras sólo podía observar y flipar. Mis hijos salieron contentísimos del taller.
Poco después, estábamos intentando cumplir las misiones de Slide Quest guiando al caballero manipulando unas palancas que mueven el tablero y hace que las figuras se muevan. ¡Cuidado con los agujeros! A mis hijos les hace mucha gracia este tipo de juegos, aunque no controlan muy bien los temas psicomotrices y suelen acabar peleados. Esta vez no fue una excepción. El juego es de 1 a 4 jugadores y está recomendado a partir de 7 años.
Salieron de esa sala de morros, pero no sé cómo acabó la cosa porque ya se hacía la hora del cierre y yo con mi Magic Mandala sin firmar, así que fui a ver a Manu Palau que estaba haciendo demostraciones en otra sala y abandoné al padre con las fieras enfurecidas (una que es muy lista). No sufráis por él que pronto se reunió conmigo y sin niños, que se habían vuelto a ir al patio con los juegos gigantes.
En ese momento nos encontramos con Paco Gómez que casualmente llevaba un ejemplar de su nuevo juego Ardillas del bosque.
Raúl había jugado en unas jornadas y le había molado, así que le pregunté si me lo podía explicar y enseguida destapó el juego para enseñarmelo. Lo del tablero modular me dejó flipada. Según el número de jugadores juntas los extremos con el número de bellotas igual al número de jugadores y te sale un tablero de 5 a 3 jugadores totalmente diferente. El juego consiste en que somos ardillas y tenemos que apilar frutos secos en una pila, poniendo alguna trampa, porque luego tenemos que recoger los frutos intentando robar los de los compañeros y no llevarnos las sorpresitas.
Te tienes que acordar de cómo estaban apilados. Hay fichas de animales con habilidades especiales que te pueden servir para tomar ventaja frente a tus competidores. Por un lado se juega con los animales diurnos y por el otro con los nocturnos. Tiene muy buena pinta, una pena que no pudiéramos jugar porque ya se acababan las jornadas.
De hecho, tuvimos que buscar a los niños, que esta vez no estaban en el patio y nos despedimos con mucha pena de estas jornadas tan alucinantes para jugar en familia. Cuando salimos Daniel no perdió la oportunidad de comentarles a los organizadores que estaría bien que hicieran pronto otra edición, por ejemplo, mañana jajajaja
Si queréis saber al potrollón de juegos que jugamos al primer día leeros este post :)
Cuanta cosa interesante junta!!
ResponderEliminarSíiiii!!! Se lo curraron muchísimo :D
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