La reserva se hace a través de la página web y es muy fácil de realizar. Un día antes se ponen en contacto contigo para preguntarte si tienes alguna alergia o intolerancia. Ahí les puedes comentar todo lo que necesites.
Mucho cuidado porque, en Madrid, está ubicado en la Plaza Biombo, 5, y lo dice claramente en todos los lados, pero mira que nosotras y otra pareja nos confundimos y nos fuimos a la calle Biombo, 5. Menos mal que el camarero de una terraza cercana nos vio muy despistados y vino en nuestra ayuda.
Una vez en el restaurante, nos dan la bienvenida, nos explican cómo funciona el tema y accedemos a la sala en fila y haciendo un trenecito, ya que en muy breve no vemos absolutamente nada. El camarero nos guía hasta nuestros sitios con gran destreza y nos advierte amablemente que está prohibido moverse del sitio o levantarse. Si se quiere abandonar la sala hay que pedirle ayuda a él.
¡Ah! Y tenemos que recordar que para llamar su atención hay que decir su nombre, nada de gestos o aspavientos porque ahí nadie ve nada. Además, nos pide encarecidamente que no gritemos. Cuando no vemos tendemos a subir el volumen de la voz porque no calculamos bien las distancias, pero con tono normal nos escuchamos todos perfectamente.
Para mí, lo mejor de este sitio es que el menú es sorpresa. No sabes lo que estás comiendo, así que agudizas los sentidos del tacto y del gusto para adivinarlo. Es muy divertido comentar lo que cada uno cree que está comiendo. Algunos sabores no son tan fáciles de identificar. Y eso que la comida es muy tradicional, para intentar que sea del gusto de todos... o casi todos. A mí, personalmente, me encantó todo lo que me pusieron delante.
Nosotras elegimos el menú completo con dos copas de vino para cada una. Constaba de un primer plato, un segundo plato y el postre. Todo por 54 euros por persona. No es barato, pero para una ocasión especial a mí me valió la pena.Cada plato tiene tres o cuatro comidas diferentes, fáciles de comer con la mano, porque ya os digo que con los cubiertos es imposibles. Al menos para mí. Algún alimento requería de cuchara, pero eso no me resultó tan difícil como pinchar comida sin conocer su ubicación. Sólo con el tacto se come estupendamente.
La verdad es que pensé que terminaríamos duchadas en el vino, pero nada de eso. Al contrario. Creo que extremas mucho las precauciones y todo va como la seda. Mi amiga se agobió un poco al principio con la oscuridad, pero enseguida se dejó llevar por el juego de descubrir sabores.
Salimos de allí encantadas con la experiencia. Desde luego es una forma muy diferente de cenar.
Y cuando salimos de allí seguimos con el juego de Escape city box que teníamos entre manos para dar caza al asesino en serie que nos traía de cabeza y que se había cargado ya a cuatro inocentes mujeres.
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