Total, que nos fuimos Raúl, Iván y yo más felices que unas perdices porque somos bastante fans de las películas de su director, Hayao Miyazaki. La fiera estaba aún más feliz con su vaso a rebosar de palomitas. Si es que ir al cine no es solo la película, sino toda la experiencia completa. Por lo menos para mí.
Nos sentamos en nuestras butacas deseando que empezara la nueva aventura de Miyazaki con mucha expectación. Y la verdad es que la película es muy entretenida, pero salimos de la sala con la sensación de que le faltaba algo. Nos gustó en su conjunto y reconocimos la inspiración en secuencias y personajes creados por el director dentro de su extensa filmografía. Todos los personajes calaban en nosotros de una manera u otra. Hasta los monísimo guara guara, tan semejantes a los dioses del polvo o los Kodama, con su personalidad colectiva.
También nos conquistaron los voraces periquitos con sus tretas para cazar a la comida y sus ansias de conquista. De hecho, creo que los secundarios tienen mucha más fuerza que el protagonista, que a mí sólo me sirvió de hilo conductor entre escena y escena. Lo cierto es que me parece que le ha faltado el elemento innovador al que nos tiene acostumbrados con trabajos anteriores. Ese que hace que rompa con todo lo anterior. En esta ocasión parece que perseguía todo lo contrario: reafirmar elementos ya creados en anteriores trabajos.
Salimos de la sala muy contentos porque, en definitiva, la película nos gustó, aunque no tanto como otras del mismo director como Nausicaa, Mi vecino Tororo, el viaje de Chijiro, la princesa Mononoke o el Castillo ambulante.
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