De este fin de semana no podía pasar a riesgo de que a mi hijo mayor le diera un ataque, así que nos armamos de paciencia, pusimos el despertador tempranito y tiramos para la Sierra. A las ocho y media de la mañana los luminosos ya anunciaban que los parkings estaba completos, pero no pensábamos llegar tan lejos. En un recodo de la carretera hay un aparcamiento pequeñito desde el que comienza un senda. A esa hora tan temprana y sólo quedaban tres plazas. Una era para nosotros. Muy contentos nos acercamos a una cuesta que ya teníamos fichada desde el años pasado para deslizarnos a gusto con nuestro cutreplasticoso trineo. Daniel se tiraba con entusiasmo, pero a Iván le dio miedo y necesitó de acompañamiento paterno. Aún así no se le veía muy convencido.
La nieve estaba muy limpia y poco transitada, así que daba gusto estar allí. Lo malo es que de vez en cuando te hundías hasta más allá de la rodilla, pero como no era hielo, si salías rápido y la sacudías no te llegaba a mojar.
Daniel nos llamó la atención sobre algo anaranjado que sobresalía del suelo: una zanahoria. ¡Genial! Ya teníamos nariz para nuestro muñeco de nieve. Intentamos hacer uno, pero entre que la nieve se deshacía, no teníamos mucha maña para el tema y los críos se estaban calando, porque nos negamos a comprar el equipo necesario para un par de horas, lo vi como una misión imposible y les convencí para empezar una cruenta lucha de bolas de nieve. Daniel acabó regalando la zanahoria a otra familia. Incluso les ayudó un poco con su muñeco de nieve.
Fue toda una aventura emocionante... Hasta que papá y mamá acertaron a la vez, y con sendas bolas, en las caras de los infantes. ¡Vaya llorera! Les secamos bien con unos clínex y otra vez como nuevos y atacando a matar. En una de esas perdí el equilibrio y me vi metida hasta las cejas en el manto con dos energúmenos saltando en mi espalda con sus botas de agua. Tuvo que venir mi marido a rescatarme porque era incapaz de incorporarme en tan fatídicas circunstancias. Luego, cuando les pregunté por lo que les había gustado más, los dos coincidieron en que saltar sobre mi espalda había sido con diferencia lo mejor. ¡Vaya pájaros!
Cuando nos cansamos de luchar entre nosotros, Daniel se inventó una guerra contra los árboles y les tocó a ellos recibir. La verdad es que fue muy divertido apuntar desde lejos con la nieve.
Papá propuso ir a dar un paseo para admirar la belleza del paraje y se encontró con dos ceños fruncidos y muy contrarios a la idea, pero no todo iba a ser diversión infantil, así que los obligamos a caminar un poco entre refunfuño y refunfuño. Por el camino se tiraron nieve encima, rodaron por el suelo, se arrastraron sobre sus rodillas... ¡Vamos! que a los cinco minutos de comenzar el paseo ya nos tuvimos que dar la vuelta para evitarles una pulmonía. Durante el camino de regreso nos tomamos los sandwiches de pavo que había preparado por si teníamos gusilla y, una vez en el coche, tocó cambiar a la velocidad de la luz a mis retoños. Iván estaba empapado, pero es que Daniel iba un paso más allá. En cada una de sus botas de agua encontramos una pequeña piscina. Cuando nos pusimos en marcha, mi niño mayor nos aseguró que estaba muy a gustito con los calcetines secos. Yo cruzaba los dedos para que ninguno me pillara un resfriado monumental.
De camino a casa, Raúl nos preguntó si nos apetecía ir a ver a los "primos de Covarrubias" que vivían, más o menos, de camino y ese día era el cumple de su padre. Así aprovechábamos, le felicitábamos, los niños jugaban y comprábamos comida especial para gatos ultragorditos en su veterinaria. En mi fuero interno pensaba que mis benjamines estarían agotados, pero me equivoqué, todavía tuvieron energías para correr como locos por las paredes de la pista de patinaje y jugar a una especie de fútbol en el que todos iban contra todos. Se lo estaban pasando pipa, pero se acercaba peligrosamente la hora de comer y tuvimos que marcharnos con gran pena de los peques. El rayo de luz lo puso el papá cumpleañero que les regaló chuches para gatos. Estaban deseando llegar a casa y darles alguna.
Una vez en casa, Raúl hizo la comida rápidamente, mientras yo recogía lo más urgente. Comimos e impusimos una señora siesta. Estábamos agotados. Los niños se opusieron a tal aberración, pero les obligamos. Sólo cedimos en el lugar que eligieron. Se empeñaron en tumbarse en el salón. Les dejamos en el sofá bien tapados y nos metimos en el sobre sin perder un segundo. No pasó mucho tiempo hasta que oí a los chiquillos llamarme. El papá había caído en los reinos de Morfeo hacía ya mucho tiempo. Que si no tenían sueño, que si Daniel se había caído al suelo, que si estoy destapado, que si no quiero dormir... Total, que se durmieron a eso de las cinco de la tarde y a mí me desvelaron completamente. Entre pitos y flautas se levantaron tardísimo y hubo que retrasar toda la rutina. Ni que decir tiene que, cuando les metimos por fin en la cama, a eso de las once, yo me fui directa a la cama y me quedé frita antes de que mi cabeza tocara la almohada.
Vaya que divertido se la pasaron!! pero pobre de ti, lo que nos toca por tener varoncitos... a mí mi enano me corretea o se trepa a mi pierna para que juegue con sus camiones de una forma en particular, que es agachada (no de rodillas solo doblada) y empujándolos por toda la casa... él feliz porque apenas si se tiene que agachar un poco pero yo a solo tres minutos ya no puedo más con el dolor de espalda... y parece que lo disfruta el bandido!!
ResponderEliminarCómo les gusta hacernos sufrir jajaja
EliminarEspero que tu espalda se haya recuperado de ese juego!!
Es que esas excursiones son agotadoras... pero se disfrutan un montón (bueno, a quien le guste la nieve, que ya se sabe que yo no soy muy amante de la misma). Me intriga lo de la zanahoria. Supongo que se la habrá dejado alguien que también tuvo intenciones de hacer un muñeco de nieve porque si no, no me explico qué pinta ahí una zanahoria. Jajajaja. Besotes!!!!
ResponderEliminarYo sospecho que perteneció a un muñeco que no sobrevivió al día anterior. Estaba sobre un montículo sospechoso, pero como no dejaba de nevar es probable que el pobre muñeco fuera casi sepultado por una capa de nieve que lo dejó sin su forma semihumana. Pero es todo una teoría sacada de mi desbordante imaginación ;)
Eliminarque divertido ^^ jajaja, lo de la zanahoria un puntazo!! ^^
ResponderEliminarSí, que casualidad. Aunque luego no la aprovecháramos... ;)
EliminarHala que día más chuli! Me encanta. Una pena que la rpa que no traspasa el agua sea tan cara porque se lo hubiesen pasando aún mejor. Yo la verdad aborrezco estar mojada, es super incómodo!
ResponderEliminarBesos
Es que para un par de horas da pena gastarse el dinero. Ya hicimos el primo hace una par de años. Los niños fueron muy equipados, pero la ropa se les quedó pequeña sin haber sido usada más que esa vez :S
EliminarA mí tampoco me gusta estar mojada, pero los niños hacen muchos sacrificios con tal de que siga la diversión jajaja
Q bien en la nieve!!! todo tiene su recompensa, ¡disfrutar no tienen precio! :)
ResponderEliminarY tanto!!! En la batalla de bolas de nieve Raúl y yo nos volvimos niños de nuevo jajaja
EliminarEstuvo genial!!
¡Qué excursión más completa! Pero uno termina baldado de ellas. Y la verdad, que después de ir a la nieve apetece una siesta calentita ,pero ellos tuyos tienen energía para abastecer a un poblado ,jaja .
ResponderEliminarSíiiiiii, lo de la siesta era una necesidad, pero me la fastidiaron a base de bien. Cada vez que estaba a punto de caer, o incluso estaba ya frita, me llamaba uno u otro. Menos mal que por la noche durmieron del tirón y pude resarcirme :D
EliminarLas excursiones son agotadoras, pero pasasteis una mañana genial en la nieve. Eso sí, lo de descansar las madres lo llevamos difícil. Un abrazo
ResponderEliminarMuy difícil jajaja
EliminarPero palos a gusto no pican.
Espero que Vikingo esté ya totalmente recuperado.
Si he terminado agotada yo de todo lo que nos has contado!!!! jajajja como no iban a estar cansados ellos, que tipo de pila usan, en serio, jajjaja. Parece que pasasteis un día maravilloso.
ResponderEliminarAgotador, agotador... ¡y encima me quedé sin siesta! Pero muy bonito, no se puede negar jajaja
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