Seguimos sacando juguetes que teníamos cogiendo polvo en las estanterías. Ahora le ha tocado el turno a uno de unas arañas que hay que montar y andan poniéndoles agua con sal. En la caja pone que está orientado a niños de más de ocho años, pero ya os digo yo que esto está hecho para ingenieros con dos carreras, tres másters y una amplia experiencia en el sector de engranajes y maquinaria.
Nada más sacar las piezas me di cuenta de que íbamos a necesitar asesoramiento profesional. Así que lié al padre para que se uniera a nosotros con falsas promesas de pasar un rato feliz en familia y blablablablabla...
La cosa empezó bien. Yo ayudaba a Daniel y Raúl a Iván a ensamblar las piezas paso por paso. Las instrucciones nos eran todo lo claras que me hubiera gustado. Me temo que yo estoy acostumbrada a las que ponen en las cajas de Lego, masticaditas y extremadamente facilonas.
Como era de esperar, Raúl tuvo que echarnos una mano en demasiadas ocasiones, cuando nos veía al borde de las lágrimas porque la ¡maldita pieza no encaja ni a tiros!
En fin, que los peques, poco a poco se fueron sintiendo frustrados y con ganas de invertir su atención en otros fines más provechosos y alcanzables. Los peques y yo misma, pero no nos atrevíamos a irnos de la mesa porque el padre ya se estaba mosqueando con el tema de que él hacía las cosas y nosotros mirábamos. Que no nos esforzábamos decía, ya os digo yo que tengo 43 años y admito sin vergüenza que el montaje de esa araña está muy por encima de mis posibilidades.
El caso es que el padre acabó asumiendo que eso era tarea para su cerebro y habilidad, con lo que dejó de exigirnos proactividad en el tema, aunque nos exigió, al menos, presencia y apoyo moral.
Cuando llegó la hora de poner en marcha los bichos nos animamos un poco más. Hicimos la mezcla con agua y sal y la pusimo en el nosequé de silicio, no se qué papel de no se qué (lo sabrá un licenciado en químicas). Y aquello ni se movió ni hizo el amago. Así que el sufrido pater desmontó ambos arácnidos y se pegó un buen rato investigando, detectando problemas y arreglándolos... Mientras el resto del equipo ya se había dispersado y se dedicaba a sus labores.
Ya estaba seguro de que se la habíamos liado pero bien. Tiempo en familia ¡ja!
Por fin, oímos el tiquitiquitiqui de las patitas de las arañas que avanzaban por la tarima flotante del salón. ¡Sí que funcionaba! Corrimos todos a verlas avanzar con mucha emoción. Menos el padre que muy digno nos dejó disfrutando del nuevo juguete mientras juraba y perjuraba que no le íbamos a engañar nunca más para que perdiera su tarde en "actividades familiares".
El efecto duró menos de 10 minutos. E incluso antes los niños ya habían perdido el interés. Así que guardamos las arañas en su caja y alabamos muchísimo al papá para que quitara esa cara de "para esto me mato montando arañas, ¡¡para esto!!".
En realidad sí que estuvimos entretenidos un montón de tiempo durante casi todo el montaje de las arañas. Aunque lo hiciéramos mal. Y nos hizo ilusión verlas moverse, pero claro, tampoco sabíamos que más hacer con ellas porque lo único que hacen es correr hacia delante.
En fin, que hemos aprendido que las recomendaciones de edad en algunos juguetes no son muy de fiar.
Curioso juguete para profesionales. Un beso
ResponderEliminarPara muy profesionales XS
EliminarOye, pues mola un montón la arañita. Ahora que la habéis montado una vez, ¿no te dan ganas de desmontarla y volverla a montar sin ayuda de un profesional? 😋
ResponderEliminarNi de broma!!! Jajajaja
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