domingo, 17 de octubre de 2021

Cumpleaños de cine: Iván

Con el pequeño no pude "despreocuparme" tanto como con Daniel. Con 10 años el acompañante adulto era imprescindible. Y ese acompañante adulto iba a ser yo. No porque Raúl tuviera un morro que se lo pisaba, aunque he de confesar que lo pensé durante un momento, sino porque tenía que quedarse en casa a currar, a ayudar a Daniel a estudiar exámenes y a asistir online a la tutoría del mayor.

Así que el día elegido hicimos todos los encajes de bolillos necesario para que todo cuadrara y pudieran venir al cumple todos los amigos que había invitado Iván. Un compañero se vino a comer a casa, otro se acercó a nuestra puerta y con el resto nos encontramos en la puerta del cine. Allá que fuimos muy ilusionados a ver una comedia familiar francesa cargados de palomitas. La película la habían elegido los interesados a través del canal de discord e iban muy ilusionados pensando que sería algo parecido a Padre no hay más que uno de Santiago Segura, pero lo que nos encontramos fue un desmadre de drogas, algún desnudo, sexo no explícito, chistes políticamente incorrectos y cambio de cuerpos indiscriminados. A ver, que la película está bien y yo me reí muchísimo, pero familiar, familiar... yo no la encasillaría en ese tipo de cine, a no ser que hablemos de hijos adolescentes, entonces sí. Lo cierto es que mi diversión se vio empañada por el miedo a que el argumento se pasara de la ralla en más de uno y dos ocasiones.

Eso sí, los peques estaban encantados. Se retorcían en sus butacas y comentaban los puntos más gamberros a voz en grito. Las dos personas que estaban en al sala debían estar acordándose de todos nuestros antepasados y en plan mal. Yo les llamaba al orden y volvían a comportarse hasta la siguiente sobrada.

La verdad es que estuvieron a sus anchas y se lo pasaron pipa. Uno de los peques miró a su alrededor cuando se encendieron las luces y exclamó: "Hala, Dácil, ¡has reservado una sala entera de cine?", mira, que risa me entró, pero no. Lo que pasó es que estábamos casi solos y les dio una sensación muy chula.

Por cierto, también fue gracioso cuando nos fuimos a sentar y justo una de nuestras butacas ¡no tenía asiento! Estaba rota. ya es mala suerte que de toda la sala, juuuuuusto en nuestra fila estaba la butaca rota. Ni corta ni perezosa les insté a cambiarnos a la fila de detrás. Me hicieron caso tímidamente porque eso de sentarse en asientos que no eran los suyos les daba palo y se pusieron a buscar sus números de butaca. "Pero, vamos a ver, ¡si ya nos estamos sentando en la fila que no nos corresponde sentaros donde os dé la gana!" y así lo hicieron. La timidez les duró hasta que empezaron los chistes en la pantalla.

De la sala salieron entusiasmados porque habían visto una peli de mayores y con el plan de no contarles nada a sus padres para poder ir a también a la segunda parte, porque ellos tenían clarísimo que iba a haber segunda parte. Están muy poco acostumbrado al cine europeo. Yo no lo veo tan claro, pero perdí en el debate. Lo que sí hice fue romperles las ilusiones asegurando que yo misma les contaría a los progenitores lo inesperado del contenido que habíamos presenciado. "Hemos sido engañados", exclamé, "¿Vosotros que recomendación de edad pensáis que tenía la peli", unos pensaban que +13, otros que +18. En realidad el PEGI es de +7 y el trailer no hace sospechar nada raro fuera de una típica película familiar. Un par de ellos habían visto el trailer y me dieron la razón. 

Mientras disfrutaban de sus pizzas y burritos comentamos uno por uno los greatest hits más burros muertos de la risa. También hubo algún que otro baño en refresco, como viene siendo lo habitual en todas las salidas con niños. También aceptamos el reto de aguantar el picante de la salsa del burrito de unos de ellos y el de decirle palabras en coreano a otro para que nos dijera qué significaban. Por lo visto había aprendido algunas palabras viendo vídeos en coreanos en YouTube, flipo. Por supuesto echamos manos de mi móvil y de google translate, que ahí el resto no tenía ni idea de coreano. Así nos enteramos que hola era una palabra compuesta que incluía la palabra relativa a adiós: annyeonghaseyo y annyeong.

Eso derivó a que Iván escribiera la canción de cumpleaños feliz en el traductor y acabáramos cantándosela en japonés:  Otanjōbiomedetō, otanjōbiomedetō, watashitachi wa anata o negatte imasu. Debíamos ser todo un espectáculo. Menos mal que había poca gente.

Entonces determiné que era el momento perfecto para que los amigos le dieran su regalo. Había usado el método "padres ponen u dinero y madre se encarga del regalo", así que cuando dije que ahora le iban a dar su regalo se pusieron todos pálidos: "¿Regalo? ¿Qué regalo?". "Éste regalo", les contesté yo enseñándoles el flamante paquete, "¿Y eso qué eeees?", exclamaron casi todos. Pobrecitos, si es que les hacemos un lío tremendo con nuestros tejemanejes. Les expliqué que sus padres habían puesto el dinero y que yo lo había comprado, pero que el regalo era de su parte y les animé a adivinar lo que era. Todos estuvieron de acuerdo en que tenía que ser un Iphone. "¡¡¡Que no es un Iphone!!!!", repetía yo una y otra vez, pero ellos empeñados. Hasta que Iván lo abrió y ¡tachan! un super reloj de esos que te miden todo, te dicen el tiempo, tiene linterna y hasta te ayudan a relajarte con ejercicios de respiración. Yo es que flipo. Los peques se quedaron alucinados. Iván un poco menos porque era uno de los regalos que quería, no se lo habíamos dado en la celebración familiar y, supongo, que algo se olía. Pero eso sí, estaba muy emocionado de tenerlo, por fin, en sus manos. Ahora sólo tenía que esperar que su padre le hiciera la puesta a punto.

Y ahí, mas o menos, fue cuando se aburrieron del restaurante y me pidieron emociones más fuertes. Así que acabamos en la zona infantil del Mc Donald para que hicieran el cafre a voluntad y quemaran energías. Y ahí ya pude yo relajarme un poco, aunque me lo estaba pasando pipa con la charla de lo peques y no me hubiera importado que continuara un poco más.

A riesgo de menoscabar mi sueño nocturno me pedí un café con helado como premio a mi labor de cuidadora infantil del día y les compré un helado a los peques cuando me lo pidieron. El broche final perfecto para el día. Cuando les anuncié que se acababa el cumple no se querían ir. ¡Buena señal!

La verdad es que pensé que ir sola con cinco niños de 10 años iba a ser una experiencia muy estresante y agotadora, pero se portaron tan bien que lo disfruté. Eso sí, agotada debía estar porque aún con café por medio me quedé frita bastante temprano.

 

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