jueves, 20 de julio de 2023

El museo del Romanticismo y sus juegos

Hace un tiempo vi un tuit de Trifidodarcy en el que llamaba la atención sobre los juegos online que el Museo del Romanticismo de Madrid ponía a disposición del público para que los conocieran mejor y se lo pasaran en grande desde casa. ¡Me encantó al idea! Tienen para niños, jóvenes y adultos.

Tardé un poco, pero una mañana que Iván estaba aburrido le convencí para hacer los juegos juntos. ¡Menuda risas nos echamos intentando resolver el misterio del robo, escapar del Museo emulando a Alicia en el País de las Maravillas y jugando al rosco de letras. Habían más, pero esas fueron las que eligió Iván porque les llamaron más la atención.

Daniel no quiso ni acercarse. Como ya sabemos está en plan adolescente paso de mi familia. Él se lo pierde. Mientras permanecía encerrado en su cuarto escuchando música, nosotros recorrimos las salas del Museo buscando pistas y aprendiendo sobre su historia y colección de una forma muy amena.

Cuando acabamos el rosco, que, por cierto, lo puso en más de un aprieto, le propuse visitar el Museo y hacer los juegos in situ que proponían desde la web. Estuvo encantado con las propuesta y para no dar tiempo a que cambiara de opinión (con estas fieras nunca se sabe) fijamos la fecha al día siguiente por la mañana.

"Y luego me compras un helado como premio", remató el peque, que se las prometía muy felices.

Estuve de acuerdo y nos pusimos a buscar una heladería cercana en google maps. Primero descolgamos al muñequito cerca del Museo para recorrer virtualmente los alrededores, ¡incluso llegamos a meternos dentro del museo!, pero no encontrábamos lo que queríamos: ¡Helados! Así que lo pusimos en el buscado de sitios cercanos directamente. Y el primero que nos apareció fue La Pecera, original Taiyakis & Ice cremas. Muy emocionada le dije a Iván que habíamos encontrado el sitio. Había leído sobre él en el blog de Gololo y Toin y ¡menuda pintaza los helados con ese pex medio gofre medio bizcocho!

Ya teníamos el plan montado y el mayor también se apuntó en cuanto llegó a sus oído lo de la heladería a la que íbamos a ir después. Es tan goloso como su madre.

Sólo encontramos un inconveniente: abría a partir de las 15.00, así que movimos la visita a medio día porque el peque tenía dentista sobre las 17.00. La aventura se complicaba, pero nada nos iba a parar. Iván estaba deseando comenzar el juego de pistas del museo.

Nos plantamos allí pasadas la una y media y pedimos el juego en recepción. En la web aparecen dos, pero nos dieron directamente el de "Los secretos de Palacio" por la edad de los peques. Nos ofrecieron uno para cada uno, pero Daniel, que está en plan "Yo soy muy mayor" lo rechazó con educación.

Mientras su hermano y yo recorríamos las salas con gran entusiasmo buscando las pistas y comentando nuestros descubrimientos, él decidió retrasarse y disfrutar del museo con más calma y tranquilidad. De hecho, al principio volvimos a buscarle porque pensamos que se había quedado rezagado y se enfadó con nosotros porque no quería estar con nosotros. Según él somos muy ruidosos. Ainssss.

En fin, que pasamos de él como deseaba y nos concentramos en nuestras aventuras. En las salas en las que no había pista que buscar nos poníamos retos el uno al otro: "Busca una flor amarilla, cuatro pájaros, un gato, un lazo verde...". Y mientras buscábamos detalles concretos encontrábamos un montón de cosas sorprendentes: Monedas, armas, muñecas, muebles, los siete pianos de los que hablaban en la web, el cuadro de Isabel II que tuvimos que encontrar en otro de los juegos online, un perro medio esquilado...  Hasta un reloj que no parecía para nada un reloj. Si no hubiera sonado cuando estábamos cerca nos hubiéramos ido pensando que era sólo una escultura.

Las habitaciones que más nos gustaron fueron la de fumar y la del billar, aunque el resto también eran impresionantes. Yo también resaltaría la de juegos. Bueno, todas. Es un palacete que reúne todos los detalles sobre cómo vivía la alta burguesía durante el Romanticismo. Recorrerlo es como hacer un viaje en el tiempo.

Nos hubiera gustado probar las tartas caseras de su cafetería, pero está cerrada temporalmente, y tampoco fuimos al jardín del Magnolio, porque no nos dimos cuenta de dónde estaba la entrada y con el calor que hacía tampoco hubiéramos durado mucho al aire libre. 

Así acabamos el juego aunque hubo dos pistas que no encontramos exactamente. Teníamos muy claro dónde deberían estar, pero por mucho que las buscábamos... ¡nada! Iván dio por válido como si las hubiéramos encontrado con exactitud cuando se cansó de buscar y rebuscar. Cuando recorrimos la última sala me recordó el helado prometido, así que nos encaminamos a La Pecera a por nuestros Taiyakis. 

Cuando llegamos, la dependienta nos dijo que justo ene se momento sólo les quedaban peces de chocolate (también los hay de vainilla) y cinco sabores de helado. No somos nada exigentes, así que por nosotros perfecto. Cada uno eligió lo que más le llamó la atención y salimos de allí con muchas ganas de comernos nuestros helados que, por cierto, se derretían a la velocidad de la luz con lo que tuvimos que darnos mucha prisa. Aquello se convirtió en una carrera contrarreloj y un reto a ver quién acababa mejor pringado. Cuando llegamos al pez pudimos relajarnos y comerlo más despacio. ¡Estaba riquísimo! Lo mejor de todo con diferencia.

Y de ahí ya nos fuimos a casa que nos esperaba el dentista no muy contento con los restos de Taiyaki en la boca de Iván. Mira que le dije que frotara bien con el cepillo, pero, de todas formas le cayó limpieza de dientes y hay que volver porque tiene ¡inicio de caries! Nunca es demasiado para insistirles con el tema de la limpieza bucal.



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