miércoles, 5 de julio de 2023

Museo Tiflológico, una experiencia de empatía y descubrimiento

Cuando eran pequeños solía llevar a las fieras al Museo Tiflológico casi todos los veranos, porque es un lugar diferente, original y que les abría la mente a una realidad que, ene se entonces, no eran muy capaces de entender en su complejidad: la discapacidad de la ceguera, el sentido más utilizado con diferencia.

Hacía mucho que no íbamos y se me ocurrió que sería una visita interesante ahora que ya tienen edad suficiente para entender que no todos viven igual que ellos.

Lo que más mola de este museo es que se puede tocar todo excepto los lienzos, por razones obvias. Son obras de invidentes que te hacen alucinar. Increíbles sus creaciones artísticas. Tampoco les dejé tocar nada de la parte de la exposición dedicada a la historia de la ONCE. El guía no nos aclaró nada al respecto, pero la tratarse de objetos históricos yo entendí que tampoco se podían tocar. Ya tenían suficiente con el material de la sala de las maquetas.

Nosotros nos acercamos al museo acercamos un día entre semana a primera hora porque nos gusta la tranquilidad de los horarios de poco afluencia de público. La verdad es que estábamos solos en el recinto. Así que pudimos jugar a que uno cerrara los ojos, otro le guiara hasta un monumento y tratara de adivinar cuál era sólo con el tacto. ¡Era difícil de narices! Incluso en los más conocidos costaba hacer la imagen mental. ¡Y eso que la mayoría sabíamos cómo eran porque los habíamos visto alguna vez aunque fuera en foto. Imaginad que nunca los hubierais visto y tuvierais que imaginar cómo son desde 0. Tuvimos la oportunidad de experimentarlo ante las maquetas o esculturas menos conocidas y ¡telita!

Daniel no quiso sumarse al juego porque odia perder, pero le pillé un par de veces tocando maquetas con los ojos cerrados. Supongo que más por la experiencia que por otra coas, porque se acercaría con los ojos abiertos. ¡O eso espero! Menudo peligro de adolescente que tengo en casa.

A la hora de estar allí mis hijos ya se habían cansado, aunque yo hubiera podido quedarme otra hora más como mínimo. Me lo tomo con más clama que ellos. Había visto media sala y ellos ya se habían recorrido esa y la siguiente.

En fin, que cedí y nos fuimos a un mercado japonés que está muy cerquita y que había visto en google maps cuando miraba el trayecto más adecuado desde mi casa al museo. Me pudo la curiosidad y lo incluí en la excursión.

Huelga decir que mis hijos se volvieron locos y querían todo lo que veían. Tuve que cortarles un poco por dos razones, una: los precios eran saladitos, dos: los productos de frío no hubieran llegado en buen estado a casa con el calor que hacía. Al final salimos de allí con un ramen de pato instantáneo, unas tabletas extrañas para hacer dos tipos de guisos diferentes, unas patatas fritas super picantes, bebidas  fresquitas de diferentes sabores (Daniel eligió melón, Iván fresa y yo lichi), dos bolsas de mini mochis de chocolate y té verde y dos mochis normales rellenos de chocolate blanco para comer inmediatamente.

Nos fuimos a una parque para que los peques se comieran sus mochis tranquilamente.

La idea era comer en un KFC porque los peques habían visto anunciadas unas patatas que les habían tentado muchísimo, pero era demasiado temprano y estaba cerrado, así que les convencí para ir a casa y buscar uno por la zona. Al final nos llevamos la comida para comer en casa, que es lo más cómodo y disfrutamos de las patatas y de los que cada uno eligió en nuestra mesa comedor tan a gusto.

La verdad es que lo pasamos genial, excepto cuando estos dos se enzarzaban en peleas y discusiones, que fue cada dos minutos más o menos, pero es algo que ya tenía asumido. Eso sí, la experiencia de ponerme en medio y apaciguar ánimos me dejó agotadísima.















No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me encanta saber lo que piensas.