El Museo Geominero de Madrid es el preferido de Daniel desde que lo visitamos por primera el verano de 2017. Es curioso porque no es de los más impresionantes que hemos visitado, pero está visto que fue un flechazo a primera vista porque es algo que siempre comenta. De hecho, el viernes pasado, me disponía a meterme en la cama cuando el primogénito me preguntó si podíamos ir este verano también.
¿Qué creéis que hice? ¡Exacto! Nos fuimos a la mañana siguiente sin perder ni un segundo. Estas oportunidades no se pueden dejar escapar. Mi niño adolescente estaba dispuesto a compartir tiempo conmigo voluntariamente y con motivación. Eso sólo se ve una vez cada... Bueno, no sé. El caso es que hacía muchísimo que no se apuntaba sin un soborno en forma de helado o con toneladas de manipulación emocional por mi parte. Sí, lo sé. No debería. ¡Pero es que luego se lo pasa muy bien! El fin justifica los medios, ¿no? Bueno, puede que no siempre, pero es esto estoy casi segura que sí.
Pero volvamos al asunto, que me disperso. El caso es que nos fuimos al Museo Geominero tan felices. Los dos solos porque el más pequeño pasó del plan y el padre se quedó con él. No puse en marcha mis maquiavélicos métodos para que Iván se viniera también porque suele seguirme bastante el rollo y se merece un descanso de los fabulosos planes de mamá (no tan fabulosos, pero así se los pinto yo).
El Museo en cuestión está ubicado en el Instituto Geológico y Minero de España y cuenta con una maravillosa exposición compuesta por impresionantes y curiosas colecciones de minerales, rocas y fósiles que van actualizando. Incluso poseen meteoritos venidos del espacio y lava del volcán de La Palma.
Me gustaría decir que Daniel va por tener una gran afición a la geología, pero su fascinación por las piedras que brillan y la gran imaginación que suele echar sobre todos los objetos expuestos que le llaman la atención me indican que, en realidad, lo que más le gusta de este lugar es que es un poderoso detonante para su enorme imaginación.
Me parece una razón estupenda para repetir la visita siempre que le apetezca.
Tras subir las escaleras de acceso nos encontramos con gran parte de la colección de fósiles del museo en la que siempre invertimos bastante tiempo porque es alucinante observar las formas de vida convertidas en piedra.
Luego se accede a la gran sala con su enorme cristalera en el techo y sus dos pisos superiores de galerías. El tercero está cerrado al público, así que no lo cuento.
Aquí encontramos piezas geológicas preciosas, curiosas y... ¡hasta peligrosas! A mí me da bastante reparo acercarme al expositor de minerales radiactivos, por mucho que me asegure Daniel que si tuvieran efectos negativos no estarían ahí.
Entre los fósiles que se exponen no se puede negar que el de los restos del Mastodonte de Las Higueruelas que nos recibe nada más entrar es bastante impactante. Y qué decir de la réplica del cráneo de Tiranosaurio rex o del esqueleto casi completo del oso de las cavernas.
Es increíble todo lo que han logrado exponer en tan poco espacio. Al ser pequeño parece que te lo vas a ventilar en un visto y no visto, pero ¡que va! Hay que ir con tiempo y ganas porque hay que verlo con tranquilidad.
En esta ocasión no nos paramos mucho, porque ya hemos ido muchas veces, pero aún así, estuvimos más de una hora recorriendo las vitrinas y comentando las piezas. Lo pasamos genial.
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