A los niños se les ocurrió que el desván de la casa de sus abuelas era ideal para una jornada de terror aderezada con patatas fritas, así que preparamos la velada para esa misma jornada.
La idea era elegir un elemento del desván para contar historias de miedo y luego jugar a un juego que se le había ocurrido al mayor, pero al final, Daniel tenía tantas ganas de probar su juego que empezamos por lo suyo.
El desván tiene un cristal en el suelo que hace las veces de lucernario para dar claridad al piso de abajo, así que se le ocurrió una terrorífica versión del videojuego Five nights at Freddy's para jugar en vivo.
Uno de nosotros hacía de guardia en el desván y los otros dos de animatrónicos con diferentes roles: estaba el que jugaba el despiste y el que sólo se movía cuando la luz no le daba para subir ruidosamente por las escaleras a intentar atrapar al guardia. Cuando la víctima escuchaba los ruidos tenía que cerrar la puerta y correr a esconderse. El animatrónico daba unos inquietantes golpes en el cristal de la puerta y volvía a bajarse. Como regla, el guardia tenía que buscar todo el rato al animatrónico que jugaba a despistarlo y no podía estar atento del que esperaba su oportunidad a los pies de la escalera.A todo esto, Daniel puso una música inquietante para dar ambiente, aunque muy bajita porque la mitad de la casa ya estaba durmiendo. ¡Y no veíais la tensión! Aún sabiendo que los animatrónicos eran los niños. Prefería ser animatrónico mil veces, que guardia.
Total, que fue un éxito.
Tras el juego nos sentamos con patatas fritas a contar historias de terror. Al principio fueron sobre objetos que se encontraban allí, pero cuando Iván contó una sobre un hombre lobo que se había colado por las ventanas del techo y que cualquier día se cansaría de vivir escondido y bajaría a por la sangre de los que allí dormíamos la cosa se desmadró un poco. Daniel comentó que ahora cobraban sentido los arañazos que había visto en la pared de la escalera e Iván confesó que una noche de invierno que se levantó al baño de madrugada y se topó con dos ojos rojos que observaban desde el lucernario... Y yo ya estaba viendo que esa noche no iba a pegar ojo pensando en el peligroso inquilino de arriba, así que les convencí para cambiar de tercio.
Nos pusimos a jugar a Unánimo, pero Daniel dio baja muy pronto porque estaba cansaaaaaado. Lo que reventó al hermano porque le encanta ese juego que no se puede jugar entre dos. Apañamos el tema para que en vez de ganar por puntos el objetivo fuera intentar coincidir en el máximo posible y nuestro record fueron cinco de ocho. ¿Una de las veces sólo coincidimos en una! Qué fracaso.
Cuando ya vi el peligro de las pesadillas más difuminado di por terminada la sesión y metí al pequeñajo en la cama entre protestas. Si hubiera sido por él , hubiera alargado la jornada hasta el infinito, pero yo ya estaba con los ojos pegados y unas ganas tremendas de meterme en la cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me encanta saber lo que piensas.