Otro gran acierto de los arquitectos son las barquitas que han hecho con maderos y han dejado en el río. No duraran mucho tiempo más porque el agua está pudriéndolas, pero para estos días han servido de diversión sin límite para toda la chiquillería.
Los míos, se subieron una jornada en una de ellas y pudieron estar más de una hora jugando en su superficie mientras los sufridos papás empujaban la embarcación sumergidos en el agua congelada. Yo no resistí tanto tiempo y dejé sólo ante el peligro a Raúl. Al rato, cuando ya me había calentado una poco el cuerpo al sol, volví en su ayuda, pero no la necesitaba. ¡Vaya chicarrón del norte! Y eso que nació en Madrid, pero debe tener muchos genes burgaleses.
Hubo un momento en el que conté, por menos, diez niños en la barca. Es que es un juguetes demasiado divertido como para no sentirse atraído por él. Se lo pasaron fenomenal, pero al final, acabaron confesando que estaban congelados y los saqué del agua para que el sol les calentara un poquito.
Ese día, especialmente, el sol picaba lo suyo, así que me los recompuso enseguida.
Tiene pinta de ser muy divertido, aunque a mí el agua fría no me gusta nada, nada. Un besote!!!
ResponderEliminarPues hubieras hecho como una chica que se puso de pié encima de la balsa y casi no tocó el agua jajaja
EliminarDebía pensar lo mismo que tú jajaja