La segunda noche rol que hicimos nos faltó uno del grupo. El más importante: el máster. Pensé en cancelarla, pero Iván aseguró que él podía prepararse una aventura muy emocionante con su equipo de rol. "¡Ah! Bueno, entonces no hay problema", exclamé encantada, porque ya tenía todas las guarrerías preparadas, incluida la bebida azul. Y a mí también me apetecía que no se rompiera la nueva tradición nada más empezarla.
Daniel escuchó nuestra conversación y nos preguntó si él también podía organizar su partida. ¡Por supuesto! Pero en vez de una larga tendrían que hacer dos cortas. Iván estuvo de acuerdo y se pusieron los dos a escribir, recortar, dibujar... En menos de una hora ya tenían listas sendas aventuras. Yo alucino con estos.
Preparé todo tipo de manjares sobre la mesa, la pantalla del máster y comenzamos con el más pequeño de la familia. Primero elegimos personaje. Daniel un enano y yo un elfo.
"Estáis en una taberna...", que raro..., "¿Queréis una misión? Tenéis que acercaros al alcalde a ver si tiene algo para vosotros", evidentemente sí que queremos una misión, así que buscamos al alcalde y el muy ladino nos dice que no hay misiones en este momento. ¡¡¡Cóoooomo'!!! y ¿Qué hacemos?
De repente se forma un caos de la muerte. Una banda de encapuchados a caballo se dirige a la ciudad a toda velocidad, así que cogemos nuestras armas y nos dirigimos a su encuentro. Desde una buena posición les comenzamos a tirar flechas como locos. Conseguimos espantarlos con mucho esfuerzo y el alcalde nos pide que los sigamos y acabemos con ellos por si se les ocurre volver.
No nos lo pensamos y comenzamos la persecución. ¡Ya tenemos misión! Por el camino encontramos un pequeño grupo rezagado que se ha quedado para vigilar la retaguardia. El confrontamiento es inevitable. Con el mayor sigilo del que somos capaces (el enano ejem), nos lanzamos a una ataque sorpresa que acaba con dos muertos y un prisionero desquiciado que balbucea frases incompresibles: "Ya me dijo mi mamá que no hiciera caso al perro grande... Ojalá me hubiera quedado en mi camita... Pero es que era taaan monooo...". (Yo ya pensaba que al máster se le había ido la olla). Convencí a mi compañero para dejar allí al loco y seguir con nuestra persecución. Estábamos bastante tocados, así que no nos quedó otra que hacer noche para recuperarnos de nuestras heridas.
Nos levantamos muy temprano para que no nos llevaran mucha delantera. De repente, con una buena tirada de observación noté algo raro. Un olor muy extraño me llegó a la nariz y le pedí a mi compañero que lo investigáramos. Con mucha cautela nos acercamos al lugar desde el que emanaba. Delante de una cueva, descubrimos un enoooorme perro amarillo (cómo puede ser que nos pasara desapercibido. Un misterio). El gran can nos miró y nos dijo: "Guau". Y entonces miró hacia el interior de la cueva. ¿Sería amigo o enemigo? El peludo ser nos señaló el oscuro interior con una gran pata y ya no se movió más.
¿Qué hacemos? ¿Entramos? ¿No entramos y seguimos nuestro camino? Está claro que çibamos a entrar ¿No?
¿A que está emocionante? Pues aquí lo dejó Iván para que su hermano pudiera desarrollar su partida antes de que les metiera en la cama. Tendremos que esperar al siguiente capítulo de la historia para saber que encontramos en la cueva... Y si salimos vivos de allí.
La aventura de Daniel la contaré en otro post, que también tuvo miga. Yo alucino con la capacidad de desarrollar este tipo de partidas de estos dos. Y también con sus idas de olla.
Jajaja me encanta. Cuanta imaginación tienen los peques y que bien lo pasáis 🤗
ResponderEliminarMuchas gracias!!! Fue algo surrealista jajaja
EliminarQué graciosos, me encanta la imaginación que tienen
ResponderEliminarIlimitada. Cuando pienso que han llegado a su culmen, pues no jajaja
EliminarSi que os lo pasáis bien si
ResponderEliminarHacemos lo que podemos jajaja
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