Tengo un niño con problemas de autoridad y otro niño sin confianza en si mismo porque el primero lo anula con su personalidad arrolladora. Y, claro, esto lo llena de ira, aunque él aún no lo sabe porque sólo tiene siete años y todavía no interioriza correctamente conceptos tan abstractos.
Con esta situación entre manos, los papis hemos intentado apuntarles en extraescolares de su gusto, pero que a la vez les ayudaran en sus problemas de actitud y comportamiento. Algo extremadamente difícil.
A Daniel lo hemos tentado con artes marciales, talleres de creatividad, clases de dibujo, robótica o programación. Pero nada. Si conseguíamos que se apuntara, iba los primeros días encantado, pero al tercero ya se estaba quejando de que el profesor era un mandón o de que se aburría porque siempre hacían lo mismo.
Con el pequeño el problema es que ni siquiera quería dar una oportunidad a las extraescolares y yo soy de las que se niega a obligarles. Tienen que ir a gusto y disfrutar. De otra manera para mí es como torturarles. Otra cosa son los estudios y las clases de refuerzo. Si son necesarias, no hay más que hablar, por mucho que protesten.
El caso es que Iván sólo quería hacer actividades en familia y con mamá o papá bien cerquita, por si nos escapábamos. Hace muy poco, él sólo y sin que le dijéramos nada, se interesó por un arte marcial concreto y lo apuntamos muy contentos de que hubiera encontrado algo que le gustara.
Pero el mayor era harina de otro costal. También se apuntó con el hermano, pero a las dos semanas ya se había cansado. Le obligué a seguir asistiendo hasta las Navidades para que no se acostumbrara a abandonar ante el primer escollo, pero, tras las navidades, decidió que no quería seguir y así quedó la cosa. No me importó mucho que dejara esta actividad porque yo quería que Iván tuviera su espacio lejos de la influencia del hermano, pero veía que el mayor buscaba algo que le llenara y le frustraba mucho no dar con ello.
Pues bien. Un día que esperábamos a que el pequeño acabara sus clases descubrimos un lugar muy interesante. Al principio, Daniel entró con desconfianza al local, pero a los tres minutos ya se estaba enrollando como una persiana con la chica que lo llevaba y explicándole lo que le gustaba y lo que le dejaba de gustar. Porque en este sitio cada jornada es única y maravillosa. Eso le ha encantado a mi primogénito.
De repente te puedes encontrar con un reto de construcción, una gimkana deportiva, una manualidad en concreto, un escape room, doblaje de películas, stop motion, una aventura virtual, un experimento o un proyecto social, entre un sinfín de nuevas actividades que van desarrollando las monitoras, cada una experta en un área de las inteligencias emocionales.
Nada más llegar les ponen una pulsera a los peques que los geolocaliza y da información sobre el tiempo que invierten en cada rincón. Eso les sirve a los educadores para conocer sus preferencias y desarrollar actividades acordes a sus formas de ser, gustos y carácter.
Tras quitarse los zapatos y los abrigos visitan el emociómetro para indicar cómo se encuentran en ese momento y se juntan en una reunión para decidir en qué proyecto quieren participar ese día. Las monitoras les presentan cuatro, los peques eligen y se ponen manos a la obra. En esta ocasión, Daniel decidió hacer un informativo de lo que estaba sucediendo en la clase en ese momento junto con dos compañeros. Les quedó genial con los efectos especiales y las diferentes noticias. ¡Hasta publicidad metieron!
Iván, por su parte, se decidió por el teatro de sombras. Tuvo que inventarse una historia en la que el valor principal era la justicia, recortar los personajes que iba a utilizar e interpretarla en el escenario del teatro de sombras. En su historia, unos gamberros incendiaban un pueblo y acababan siendo atrapados por la policía.
Cuando terminan con sus proyectos tienen libertad para jugar y manipular todo lo que hay en las estancias. Eso sí, respetando los objetos y a sus compañeros. El respeto es lo primero. En eso estoy completamente de acuerdo. La primera vez que fui con ellos no paraba de reñirles porque cogían las cosas sin permiso o se ponían de pie en lugares extraños. Entonces las monitoras se reían y me explicaban que en realidad sí que podían hacer todo eso, porque la regla ahí era que podían jugar libremente. Ya os podéis imaginar lo feliz que estaba Daniel con esa regla.
Por cierto, que este lunes que viene hacen una clase de puertas abiertas de 17.15 a 18.15 por si os queréis apuntar. Tendríais que confirmar asistencia como muy tarde el jueves para que puedan organizarla si agobios. Os lo recomiendo porque los niños se lo pasan fenomenal y aprenden muchísimo con estas actividades.
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