"¡Pero sentaros bien en la mesa!, ya es la diecisiete vez que lo tengo que decir. ¡No quiero veros despegar el culo del asiento. Voy recogiendo los platos. Ni se os ocurra moveros de la mesa."
"¡¡¡Mamáaaaa!!!"
"¡No grites tanto! Ven aquí y dímelo, ¿no tienes piernas?"
"Pero es que tú me dijiste que no despegara el culo del asiento".
"Vale, vale. Ya voy... ¡Pero no comas con la boca llena! ¡Quita los codos de la mesa! ¡Siéntate bien! Esto último ya te lo he dicho mil veces..."
"¿Me puedes repetir lo primero?"
"¿Me estás tomando el pelo?"
"¡¡Que noooo, mamá!! Hoy estás muy tonta"
"¿Cómo has dicho? Gruaaarl"
"Pero si eso es lo que me dices a mí cuando dices que te estoy tocando las nariceeeees"
"Ya vale, recoged vuestras tazas, lavaos los dientes, las manos y la cara e id a vestiros"
"Estooo... ¿Me podrías repetir lo primero?"
Parece de broma, pero es un diálogo bastante recurrente en mi casa... y desesperante. Para ambas partes he de reconocer, porque yo no hago carrera con ellos, pero ellos conmigo tampoco. Yo pienso que no me escuchan, que van a lo suyo, que pasan... Y ellos que... pues, que debo de estar medio loca.
Últimamente intento cargarme de paciencia, dar las instrucciones de una en una para que no se líen y repetirla varias veces antes de estallar en llamas (Es que todos los días es lo mismo. ¡Lo mismo! ¿No podrían haber cogido ya la rutina sin que yo tenga que ir detrás para que la cumplan?).
La cosa empieza con mucha amor: "Chiiicos, ya es de díiiia. A levantarse amores, los más guapos, muac muac" Y acaba con la Tercera Guerra Mundial "¡¡¡¡Que te pongas las playeras!!!! ¿¿¿Pero no te has lavado aún los dientes???? ¿¿¿Dónde vais sin mochila???? Gruaaaaaarl"
Y encima se enfadan ellos. Al principio me mosqueaba muchísimo que se ofendieran. ¡Pero si me tienen de sirvienta voceadora chivándoles cada paso que tienen que dar! Pero luego me di cuenta de que ser niño no es tan fácil (Aunque a mí que me den a elegir entre ahora y ser niña que no me lo pienso). Estos bichillos están siempre con choque de intereses: sus deseos versus la realidad del día a día. Por ejemplo: Su deseo es jugar hasta que se cansen, la realidad es que hay que ponerse en marcha para llegar a tiempo al cole.
Eso les frustra hasta el infinito y la cargan conmigo que ya vengo frustrada de serie porque no me da la vida y ¡boom! Catástrofe mundial. Y como se meta el padre ya ni te cuento. Mis gritos se oyen en Sebastopol, que creo que ya hay vecinos que piensan que tengo doble personalidad. Con lo maja y sonriente que me ven en el portal y lo niña del exorcista que se me oye en los momentos claves.
Menos mal que también hay momentos de risas y alguno, muy pocos, de calma. Como esos en los que nos sentamos a leer todos junto y por un milagro uno no me clava el codo en las cotillas mientras el otro se apoya con la rodilla en mi pierna con todo su peso mientras mete toda la cabeza entre las letras y yo. Debe ser muy frustrante que te riñan cuando has desriñonado a tu madre por quinta vez cuando lo único que haces es mostrar interés.
En fin, que todo depende de quien mire: la madre gruñona o los hijos poco colaborativos.
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