Corgi, las mascotas de la reina

Fuimos a ver Corgi, las mascotas de la reina pensando que a los críos les iba a encantar pero a los adultos nos iba a dejar fríos. Todo parecía prometer que estábamos ante el típico producto en el que el protagonista es caprichoso y mimado hasta que un giro del destino (normalmente un accidente o una traición) le saca de su zona de confort haciéndole ver que hay vida más allá de su ombligo.

Lo que supone una cambio radical en su personalidad y su forma de ver el mundo. Esta transformación va acompañada de nuevos amigos carismáticos y encajonados en una serie de tópicos que van desde el gracioso, al serio, pasando por el loco, etc... Y sin olvidarnos de la guapa y sobrada de la vida que mágicamente se enamora del protagonista en cuestión de segundos.

Pues sí, a grosso modo todas estas fórmulas de éxito, salpicadas con escenas de acción y emoción que mantienen a los niños clavados a la butaca sin poder apartar los ojos de la gran pantalla se repiten en esta cinta, peeeero, eso de que iba a dejarnos indiferentes... en eso me equivoqué.

Las escenas típicas del preferido de la reina y su ascenso a la iluminación van acompañadas de otras un poco... ejem... Sólo diré que la crítica política, el acoso sexual, los abusos carcelarios y el abuso de las drogas se ven reflejadas de soslayo en esta cinta infantil. Está claro que los peques no pillaron esos mensajes (les pregunté solapadamente cuando terminó la proyección), pero a mí me impactaron un poco.

Ellos sólo hablaban de los chascarrillos, explosiones, peleas, persecuciones... Las insinuaciones sexuales, el amigo adicto a la cocaína porque le usaron como perro detector de dicha droga en los aeropuertos o las tonterías de Donald Trump en el Palacio de Buckingham quedan para mentes adultas.