lunes, 24 de febrero de 2020

Carnaval mafioso

Desde que fuimos al rol en vivo de las Jornadas Lúdicas de Valdeluz, organizadas por Menos Lobos y Yebernalia, una idea iba tomando forma en mi cerebro en vistas al carnaval. Esos sombreros y tirantes tan chulos que les regalaron a los churumbeles son ideales para transformarlos en los periodistas del juego y para... convertirlos en los gangsters más fascinerosos de los carnavales del colegio.

Mira que Daniel odia ir vestido igual que su hermano y el año pasado ya me tocó improvisar para que cada uno fuera de una cosa diferente, pero en esa ocasión parece que dejó de lado el tema en pro de un disfraz chulo que incluía arma chula comprada en el todo a cien a última hora.

Les encantó la metralleta rara que hacía saltar chispas, tenía sonidito y también disparaba balitas con ventosa. Completísima.

Dos días antes de la fiesta carnavalera, les hice la prueba de vestuario. Estaban impresionantes con sus camisas, tirantes, sombreros y expresiones mafiosas.

Pero enseguida llegaron los problemas. No estaban de acuerdo con mis estilismos. Para empezar, decían que los tirantes eran incómodos. ¡Pero, pero, pero! Eran el toque principal, ¡No podían quitarse los tirantes! Pues ya pude esgrimir argumento tras argumento que los tirantes fueron fuera.

Y ya que estábamos el más pequeño quería la camiseta blanca como su hermano, porque quería ir de blanco. Tampoco sirvió de nada hablarle de contrastes, ni de combinaciones estrellas. ¡Nada! Que tuvimos que cambiar la camisa.

¡Ah! Y el mismísimo día de la fiesta, Daniel decidió que su chaqueta negra era demasiado larga y que eso le parecía un poco incómodo, con lo que quería la del hermano aaaaarg matarl matarl.

Menos mal que Iván se comportó como un santo y aseguró que le daba igual cambiarla por una del mayor que también quedaba bien para el efecto que queríamos. Si no hubiera sido así, Daniel hubiera tenido que elegir entre la larga o nada.

Los dos tenían mucha ilusión porque llegara el día y ponerse sus trajes de gangsters. Pensé que más el mayor que el pequeño, porque, a fin de cuentas, éste último llevaba toda la semana viviendo el carnaval con pequeñas cosas, que si un día un sombrero, que si otro una nariz de payaso, calcetines de diferente color, ir en pijama... Y anda que no iban emocionados los pequeños con estas cosillas.

Pero aún así eran ambos los que no paraban de contar las horas para ese viernes festivalero. Que al final llegó. Y se lo pasaron en grande corriendo de aquí para allá haciendo sonar sus pistolitas entre otros personajes de ficción.

Cuando acabó la fiesta, Iván iba casi como salió, pero Daniel parecía uno de esos chicos que llegan a casa después de la fiesta del fin de año con las camisas descolocadas y la corbata colgando a varios centímetros de donde debiera estar.






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