viernes, 7 de febrero de 2020

Pabellón de la Navegación de Sevilla

El tercer día que amanecimos en Sevilla no anunciaba que nos lo fuera a poner nada fácil en el tema turístico. Mi idea era dar una paseo por la orilla del río Guadalquivir hasta llegar a la Torre del Oro.

No tuvimos que desviarnos mucho para visitar lo que llaman la Alameda de Hércules, una plaza muy chula con la representación de las dos columnas mitológicas que flanqueaban el estrecho de Gibraltar. Dicen que es una jardín público con mucha historia, pero a mí me sigue pareciendo una plaza porque no veo que tenga mucho verde.

Lo que tiene son unas fuentes en el suelo de esas que sueltan agua vaporizada y vienen delimitadas por unas baldosas azules.

A mí en un principio me parecieron parte de la decoración y veía a mis hijos gritar y saltar encantados de un sitio a otro sin entender muy bien a que venían esas contorsiones. Hasta que me acerqué y distinguí las gotitas. ¡Madre mía! Lo que faltaba para el cuento. Con el día como estaba. Les saqué de allí casi de las orejas por su poco sentido común, pero les dio bastante igual. Qué les quiten lo bailao.

Como llevaban los anoraks y no parecía que se habían calado mucho seguimos con el plan establecido y nos acercamos a la orilla del Guadalquivir, pero pronto empecé a darme cuenta que llegar andando hasta la Torre del Oro iba a ser misión imposible. El viento era impresionante y nos dejaba los paraguas completamente inutilizados.

La lluvia cada vez arreciaba más, así que no me quedó más remedio que buscar un plan alternativo y rápido.

Con la ayuda de mi móvil barajé varias opciones que teníamos al alcance de la mano nada más cruzar un puente y lo que más nos llamó la atención fue el Pabellón de la Navegación, un museo que incluía una zona de juegos interactivos. A mis fieras no les hizo falta ver más para hacer su elección, así que allá que fuimos.

Acertamos de pleno con la decisión. El lugar es una pasada desde el mismo inicio de la visita con todas esas luces parpadeantes que simulan el movimiento cadencioso del mar. Y las personas que te atienden son extremadamente encantadoras y amables.

Nos sumergimos en el camino que las cruza para explorar mecanismos que nos fueron contando la historia de los Navegantes, a veces con audios y otras con pequeños capítulos de dibujos animados que tenían fascinados a los niños. ¡Se los vieron todos! Aunque algunos eran especialmente durillos. Aprendimos muchísimo de las aventuras, desgracias y vicisitudes de los protagonistas de aquella época.

La sección de Ciencia y Tecnología me pareció muy interesante, pero los peques avistaron la parte de juegos interactivos y se la pasaron a toda velocidad. A regañadientes les seguí con al idea de volver cuando hubieran calmado un poco sus ansias de juego. ¿Qué puedo decir de los juegos virtuales? Que eran más duros que una sesión de cinco horas de fitness, zumba, aerobic, steps y carreras locas.

Eran divertidísimos, pero entre achicar el agua, llevar el timón, subir y bajar mercancías, izar velas, etc acababas para el arrastre. Al menos yo, porque los niños parecían tener energías inagotables. Saltaban de un puesto a otro sin despeinarse cada que daba comienzo una nueva ronda.

Los juegos mezclaban el ejercicio físico manipulando una serie de aparatos que cambiaban la resistencia de sus mecanismos según pesara más o menos la mercancía o fuera una maniobra de viraje más o menos complicada. Según lo que te iban indicando en pantalla tenías que llevar a cabo una o otra misión con tres niveles para cada juego.

Estos chiquillos se empeñaron en hacerlas todas... y repetir alguna. Afortunadamente pudieron hacerlo porque era entre semana, por la mañana y el último día de cole (que nosotros perdimos tres días de cole para ir a Sevilla), así que ni había visitas de turistas ni escolares. Estábamos a nuestras anchas.

Mientras ellos daban rienda suelta a sus habilidades como marineros, yo aproveché para volver a la zona de Ciencia y Tecnología y la que venía después de la zona interactiva, que era Sevilla y la Navegación, que como ya preveía yo era muy interesante y te contaban muchísimas cosas curiosas.

La única pena de la visita fue que no pudimos subir a la Torre de la Navegación a admirar el paisaje porque el tiempo no lo permitía. A ver si íbamos a salir volando con la tontería.

Cuando salimos de allí era tardísimo. Nos habíamos pegado un montón de horas dentro y a los peques se les había hecho cortísimo.

Decidí que lo mejor era buscar un lugar donde comer en el centro comercial que hay justo al lado. Evidentemente, los peques decidieron que el lugar ideal era un Burger King por el enorme superzing que regalaban. En fin si ellos son felices...

Hice tripas corazón y busqué el Burger King, al final no fue tan mala idea porque tenía una zona infantil en la que mis hijos siguieron desfogándose (aunque no sé cómo les quedaban fuerzas) y yo gané un café gratis por hacer una encuesta online allí mismo. no me di cuenta de lo que lo necesitaba hasta que me lo pusieron delante. Me vino de lujo.

Mi esperanza era que cuando saliéramos hubiera escampado, pero ¡que va! Al contrario. llovía a cántaros, así que mi propuesta de intentar llegar a la Torre del Oro fue inmediatamente desestimada. Las fieras estaban deseando llegar a la habitación del hotel ponerse el pijama calentito y pasar una relajada jornada jugando con sus tablets.

A regañadientes les guié camino a casa, que fue toda una aventura de supervivencia con viento fuertísimo, agua torrencial y poca visibilidad. Ellos iban muertos de la risa, pero yo no veía la hora de llegar a la habitación. En cuanto llegamos lo primero fue cambiarnos la ropa y secarnos.

Luego ellos se entregaron a su mundo de videojuegos y yo a los brazos de Morfeo a pesar de que ya se había pasado la hora de la siesta. Me vino bien descansar antes de la cena.

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