lunes, 7 de noviembre de 2022

Once Contra Uno, teatro juvenil sobre los prejuicios y el pensamiento crítico

En Once contra Uno doce chicos de quince años se prestan a jugar a un juego de roles que se complica más de lo que pensaban en un primer momento. 

Tras presenciar el desarrollo de un juicio donde el acusado es un adolescente de raza gitana al que se le acusa de robar un smartphone con violencia, se meterán en la piel de un jurado popular para dictar sentencia. 

Los cosa está muy clara... o no. Uno de ellos no lo ve así y tendrá el suficiente arrojo para dudar de las evidencias y cuestionar indicios no tan evidentes como pudiera parecer en un inicio, aunque su motivación no sea del todo altruista y, puede que persiga el reconocimiento y no la verdad en ciertos momentos, sobre todo de cierta persona en especial.

En realidad, cada uno de los doce miembros de este peculiar jurado se moverá por sus propios intereses, convicciones e, incluso, complejos y traumas. Los personajes caen un poco en el estereotipo, pero es algo necesario para dejar bien claras su posiciones en una obra con demasiados protagonistas. De otra manera, sería muy difícil seguir el hilo de quién habla y por qué, pero el tratamiento de los doce adolescentes, cada uno con su personalidad bien marcada, hace que se pueda seguir la trama sin contratiempos. Al fin y al cabo, la juventud nos hace ser extremos y el ansia de querer encajar en uno u otro grupo nos lleva directitos a caer en estereotipos, aunque cada uno conserve rasgos inherentes (que a veces intentamos disimular).

Lo único que me faltaría, aunque no afecta a la trama ni al mensaje, es el nexo que une a doce chicos tan diferentes. Hay momentos en los que resulta difícil entender por qué forman parte del mismo grupo de amigos no teniendo casi nada en común, aunque precisamente eso es lo que hace más interesante el devenir de la obra. Me faltaría un motivo más potente que los obligue a juntarse y llevar a cabo esta actividad tan peculiar de la que muchos adolescentes pasarían de entrada. De hecho, con alguno de ellos es así, y es curioso como se ven arrastrados por personalidades más fuertes.

Me gusta cómo se refleja en la obra los razonamientos y pensamientos que van pasando por la cabeza de cada uno y la manipulación por parte de unos para que otros sigan el camino que van marcando en uno u otro sentido.

En realidad, el caso que se traen entre manos se va diluyendo para dar más protagonismo a ellos mismos, a sus circunstancias, dilemas y prioridades.

El argumento defiende el hecho de que una sola voz discordante puede cambiarlo todo y hacer ver que no todo es blanco o negro. ¿Es el chico culpable? ¿Inocente? ¿Tenemos nosotros la capacidad, información suficiente, formación y experiencia para emitir juicios de valor y condenar tan a la ligera? ¿Nos damos cuenta de la influencia que ejercemos en los demás o que ejercen ellos en nosotros?

Esta obra abre muchas reflexiones sobre las que pararse a pensar y creo que es una herramienta muy útil para ayudar a los adolescentes a pensar por sí mismos y darse cuenta de la enorme influencia que tiene el grupo sobre ellos y ellos sobre el grupo. Es muy fácil que se vean representado por uno o varios de los personajes que se reflejan aquí. Me parece un acierto que sean tantos y que se destaque un rasgo relevante en cada uno de ellos para cubrir muchos aspectos del prisma de las personalidades juveniles: la introvertida, el listillo, los manipuladores, la "tía buena" que cae bien a todo el mundo, la acomplejada, el intolerante, el popular, el ombliguista, el gracioso, el mimado...

Personalmente, me encantaría ver la obra representada.

Miguel Griot, el autor, sorprende por presentarnos nuevos géneros y formatos sin miedo a salir de su zona de confort. Cada obra rompe con todo lo anterior y vuelve a cambiar nuestra percepción de él como escritor. Estoy deseando conocer su próximo proyecto. 

Y seguimos esperando la continuación de las aventuras de Los diarios de Tony Lynx, un libro infantil que fascinó a toda la familia. 

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