Nada más acceder al edificio mis hijos se lanzaron a investigar el bonito jardín vertical de la puerta. Les paré de inmediato y les aseguré que, obviamente, eso no se podía tocar.
El Museo se encuentra en la tercera planta. Desde una amplia recepción se accede a las salas. Nosotros empezamos por las que sabía que iban a triunfar entre mis churumbeles: las de las maquetas.
En la primera habitación nos encontramos con las internacionales. Mis hijos se tiraron de llenos a por la Torre de Pisa, la Eiffel y la estatua de la libertad. Tanto oír hablar de ellas, tanto verlas en fotos y ahora podían tocarlas. Y no se hicieron de rogar.
La recepcionista les había corroborado que en esa parte del museo la colección se podía tocar, pero con cuidado. Así que les estuve vigilando por si se pasaban con sus impulsos sobeteadores. La verdad es que se portaron muy bien. De ahí pasaron por todas las demás: el Partenón, la ciudad de Jerusalem, el monumento a los descubridores, el puente de la Torre de Londres, el Taj Mahal o Santa Sofía, entre otros.
Alucinaban y no sabían cuál elegir. Porque eso de ir en orden y juntos parece que no va con ellos. Las maquetas son preciosas y tienen muchísimos detalles. Es imposible resistirse a asomarse por los patios de los palacios y conventos o tocar las suaves zonas ajardinadas.
En la siguiente sala nos encontramos las maquetas nacionales: La Puerta de Alcalá, la Alhambra, la Catedral de Burgos, la de Santiago de Compostela, las cuevas de Altamira, la Sagrada Familia... Una pasada.
Podría haberme quedado horas en esas salas reparando en cada detalle, mientras que los niños tocaban cúpulas, árboles, capiteles...
Encima el mapa en tres dimensiones de la ciudad de Toledo tiene botoncitos y luces para indicar dónde está cada cosa. Algo que les llamó mucho la atención a estos pillos.
En la última sala de ese ala estaba la exposición temporal: Aquática de Marcelo Vilebich. Una serie de fotografías hechas en el fondo del mar que son una preciosidad.
Tras un buen rato, nos encaminamos hacia la sala Sala de obras de artistas ciegos y con discapacidad visual grave. A mí me maravilló esta parte, pero como no se podía tocar mis hijos perdieron bastante el interés. Y eso que era impresionante.
Tampoco quise perderme la de material tiflológico y la de la historia del cupón de la ONCE. Muy interesantes y curiosas. Estoy seguro que a mis peques les hubiera enganchado más si no hubieran estado obsesionados con volver a las salas de las maquetas. A la que volvimos, claro. Con la ilusión que les hacía seguir jugando a Godzilla.
Di por terminada la visita y antes de irnos la recepcionista nos puso en la mano una bolsa con mucho tesoros increíbles, uno de cada para cada uno: brújulas, lupas, el abecedario en Braille, camisetas, pulseras, muchísimos caramelos... Los dos primeros objetos nos los pensamos llevar en nuestras vacaciones para descubrir muchas cosas.
Cuando nos fuimos, Daniel me hizo prometerle que volveríamos lo antes posible: "¿Mañana? ¿Pasado? ¿La próxima semana?". ¡Que ansias! Sí que le ha gustado.
Habrá que volver pronto.
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