Este año tampoco ha faltado la gran búsqueda de huevos de pascua. La hemos hecho muy pronto porque el tiempo pronostica lluvias y, por si acaso se nos embarra el patio, decidimos adelantar el juego. Aunque también por el ansia de chocolate de las fieras, que no dejaban de preguntar cuándo iban a poder hacerse con su tesoro.
Normalmente lo hacemos más tarde y se nos suele unir algún que otro niño del pueblo, por eso suelo comprar cantidades ingentes de huevitos, pero, esta vez, hemos llenado el patio de huevos multicolores sólo para nosotros.
Es muy divertido, tanto esconderlos, como buscarlos, porque normalmente no los encuentran todos y me toca ayudarles. El problema es que tengo muy mala cabeza y se me olvida dónde los he puesto. Esta vez decidieron que lo mejor era que los contara antes de esconderlos y así asegurarnos de tenerlos todos y que la abuela no vaya encontrando huevitos perdidos el resto del año.
Así lo hicimos y logramos dar con todo, con mucho esfuerzo, he de añadir. Al final yo también me uní a la búsqueda, pero si encontraba uno, no lo cogí sino que les daba pistas para que los encontraran ellos. El último nos constó muchísimo verlo. Y eso que estaba bien a la vista. Pasamos mil veces delante y no lo vimos. Qué curiosa es la mente. Como pensaba que lo habrían encontrado de los primeros a mí tampoco se me ocurría comprobarlo.
Como se quedaron con ganas de más, les escondí otra tanda de huevos de chocolate en el salón de la casa. Esta vez eran más grandes y los encontraron con mayor facilidad. Comenzaron una amago de crítica por haber empezado con el nivel difícil, pero se callaron enseguida ante mi amenaza de recoger las golosinas y quedármelas para mí sola. No hay nada más efectivo que una amenaza que estarías encantada de cumplir.
Al final reunieron todos los huevitos alrededor de las figuras de leprechaun que pintaron gris estatua cuando eran más pequeñitos. La verdad es que quedaron muy bonitos. Tanto que les pedí que se sentaran al lado de su tesoro para hacerles una foto que inmortalizara el momento.
Aunque luego soy la única que mira esas fotos. Supongo que por eso soy la única que las hago. Seguramente en el futuro les gustará verlas a ellos también. Ahora tienen otros intereses, como dar cuenta de todos sus hallazgos de ese día.
Pero ahí no quedó todo. Todavía nos quedaba un paquete más que no dejaban de pedirme que escondiera y por hacerlo un poco diferente preparamos una búsqueda nocturna. En principio, sonaba muy bien. Los niños estaban emocionados por el nuevo juego. Pero cuando se tiraron al patio para engrosar su tesoro de chocolate descubrieron que los bichos salen de noche. Todo estaba lleno de caracoles, escarabajos, babosas, gusanos, polillas y arañas. Para mí que sumó emoción a la aventura, pero a ellos no les hizo nada de gracia.
Se plantearon pasar la actividad a horas diurnas, pero picándoles un poco en el orgullo acabaron por encontrar 20. Pensamos que esos eran todos, pero al día siguiente, me contó Daniel en secreto que había encontrado otros tres y que sospechaba que le quedaban dos más. Por supuesto, se los comió antes de contarme su superchería para no tener que compartir.
Porque la regla de oro en la búsqueda es que todos los huevos se juntan y se reparten a partes iguales entre todos, así los más pequeños disfrutando sin angustiarse porque los mayores están arrasando. Como en otras ocasiones se han sumado niños del pueblo se juntaban de edades muy diversas.
Este año, no ha coincidido y las fieras se van a pegar un atracón épico.
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