Una compañera del trabajo me comentó que a los bebés les encanta jugar con los espejos, así que decidi probar. Es cierto. Daniel alucina con su reflejo. Da golpes con su manita al cristal y me sonríe cruzando su mirada con mi falsa imagen. Se ríe y vuelve a empezar con los mamporros.
En estos seis felices meses me he dado cuenta de que los bebés son altamente destructivos. No quiero pensar en como nos va a cambiar la vida en casa cuando el bebé empiece a gatear. Sobre todo a los pobres gatos. Ya los veo despeluchados y huyendo despavoridos como si les fuera la vida en ello.
Afortunadamente, por ahora tengo los suficientes reflejos como para que sólo sus manitas toquen el espejo y no su cabezón. Suele tener la mala costumbre de dejarlo caer en los momentos más inoportunos.
Otra compañera me dijo hoy que a los bebés también les subyuga el viento y como mueve las ramas de los árboles. Con lo que, ni corta ni perezosa me lo he bajado al parque un rato. Desde luego se quedaba mirando fijamente las copas con cara de pasmado. Lo malo es que el viento era muy frío y tuvimos que subirnos pronto porque nos estábamos quedando helados. Aún así, creo que se lo pasó muy bien.
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