A Daniel le gustan las verduras. O eso dice mi suegra que se arrancó el otro día por su cuenta y riesgo a embutirle una papillita con verduras variadas tirando por la borda toda la teoría de las alergias que me molesté en explicarle largo y tendido un día.
Por cierto, también le gustan los barquillos rellenos de turrón. De eso sí que fui testigo. Estaba presente cuando la abuela Paca le alargó uno y él se dedicó a rechupetearlo con deleite. Otra patada más a las instrucciones perfectamente impresas que nos dió la pediatra.
Está visto que por mucho que quieras controlar todos los aspectos que atañen al niño es algo imposible. Sobre todo si eres una madre trabajadora y estás en plena vorágine de cajas de mudanza.
De todas formas soy una firme creyente de la afirmación de que lo que no mata engorda (me la digo y me la repito cada vez que acabo ávidamente con una tentadora tableta de chocolate. Es buena para los nervios). A la vista está que mi hijo está bien gordito y eso que ultimamente no come todo lo bien que me gustaría por culpa del catarrito que arrastra desde hace ya un tiempo.
Cómo bien dice mi madre, el descontrol en las comidas y los horarios de Daniel es un bajo precio a una noche entera de sueño reparador. Seguro que lo dice porque ella también tiene sus planes para Daniel sin contar con mi beneplácito. Que pillas son las abuelas.
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