Ayer me llamaron de la guardería porque el niño tenía fiebre. Sin perder un minuto me puse en contacto con su padre para que dejara todo lo que estuviera haciendo y se fuera a por el 'ipso facto'. Antes de que el pobre pudiera llegar al coche le llamé tres veces más para diferentes cosas: "dale agua al niño, no se vaya a deshidratar", "ya he pedido hora con el pediatra", "dale muchos mimitos"...
Pasé una mañana muy mala pensando en mi pobre niño febril. Las chicas de la guardería dijeron que tenía 39 grados, ¡nada menos! Mi pobre bebé. Les dije que, por favor le dieran apiretal. Me pareció mucha fiebre para un niño tan pequeño.
Las compañeras de trabajo trataron de tranquilizarme con frases llenas de buena intención y finalmente me conminaron a marcharme un poco antes de la hora de salida. Un gesto que les agradecí en el alma. Volé a casa para cuidar de Daniel como sólo una madre puede hacerlo (es broma. Raúl le cuida muy bien. A su manera, que no es la mía, pero muy bien al fin y al cabo).
Cuando llegué a casa me encontré con marido pálido y ojeroso. Las malas noches de nuestro inquieto bebé empiezan a cobrarle factura también a él. El enano estaba en fase Rem. No movía ni un músculo. Un cuarto de hora antes de su cita con el pediatra abrió el ojito y se me creó una disyuntiva. Era su hora de comer. ¿Qué podía hacer? Al final decidimos que me llevaría el biberón y le daría de comer en la sala de espera. después de todo no parecía que tuviera hambre.
La pediatra se cargó de paciencia nada más verme y trató de explicarme que, como ya me había comentado en mis tres últimas visitas, el niño tenía tan sólo una catarro, que había que vigilar para que no derivara en algo más grave, pero que ahora mismo no tenía importancia. "Los catarros dan tos, fiebre y ojos llorosos como a los adultos. Así que llévatelo a casa, dale apiretal y que esté un par de días sin ir a la guardería". Muy fácil de decir, pero para unos padres trabajadores no es tan fácil de llevarlo a la práctica. Menos mal que Daniel tiene abuelas. La abuela Paca aceptó encantada hacerse cargo del bebé durante estos días.
Hoy ha amanecido mejor, según su padre. Yo no veré su preciosa cara hasta mañana porque hemos decidido que duerma con su abuela para no sacarle a la calle tantas veces. Le echo mucho de menos. Aún con la perspectiva de una noche durmiendo del tirón me da mucha pena que no esté aquí conmigo. Desde luego a las madres nos va el masoquismo.
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