"Hemos pensado que el niño tiene que tomar potitos porque no puede continuar sin tomar frutas. Las papillas que le hacemos no le gustan". Tras esta afirmación bomba Raúl y yo sólo acertamos a lanzarnos una mirada rápida. "No" sentenció mi marido. Mi suegra nos miró con desesperación a los dos. La preocupación por la salud de Daniel era más que patente en su actitud. Con más precaución que Raúl me lancé a explicar a Chari cómo veía yo la situación: "Al niño la fruta ni fu ni fa, lo que odia es la cuchara. No es un método lo sufucientemente rápido y cómodo para llenar su abultada tripita. Está claro que el muy vago prefiere el biberón. Y ya le puedes poner dentro un cordero en su jugo con patatas jardinera triturado. Así se come lo que le eches. Hay que insistir con la cuchara hasta que se acostumbre". La madre de Raúl no parecía muy convencida, pero poco podía hacer porque al final el niño vivía con nosostros y cada uno en su casa va a hacer lo que quiera.
De todas formas, no entiendo el empeño de Chari y de la abuela Paca porque el niño lo tome todo artificial como si eso fuera lo mejor. En realidad todos mis amigos fueron bebés alguna vez, cada uno fue criado de mil maneras diferentes y ahí están, tan normalitos y gozando de buena salud. Seguramente que Daniel será un adulto normal haga lo que haga. Pero estoy más tranquila si se toma leche materna y frutas y verduras naturales en la medida de los posible. Hoy en día la leche materna que le doy es bastante simbólica, pero la suficiente como para quedarme tranquila en cuanto a su ración de defensas (aunque luego la realidad puede que sea que le dé tan poca que ni se note). Con el tiempo he llegado a la conclusión de que la buena marcha de esto de la maternidad tiene mucho de psicológico y que si la madre está tranquila el niño suele estar tranquilo.
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