Poniendo color al invierno

De camino al cole, Daniel se paró de sopetón. Se metió en un paterre inesperadamente y volvió con una voluminosa hoja en la mano. "Mira mamá" me enseñó su trofeo, "¿La puedo pintar? ¿Con lo pinceles, porfi? Es que me encanta pintar con los pinceles..." Me puso sus mejores ojitos de bambi y yo no vi razones para no llevar el tesoro de mi hijo a casa para adornarlo con las acuarelas. Guardé la hojita en una bolsa que me había traído con la intención de pasar por el supermercado de camino a casa y seguimos con nuestra rutina.

Por la tarde, mi chico mayor volvió del colegio con una idea fija: pintar su hojita. Preparé todo el tinglado de periódicos, agua en un vaso, las pinturas, el baby de casa... Mientras esquivaba las incursiones del bebé. Al que todo lo prohibido le parece sumamente apetitoso.

Daniel se sentó muy ilusionado a dar pinceladas sin ton ni son. A los cinco minutos ya había acabado. ¡Tanta historia para cinco minutos de diversión! Sorprendentemente no me encontré con una hojita totalmente negra como suele ser la costumbre. ¡Esta vez también había usado el rojo! Que adelanto. Emocionada con las tonalidades me atrevía a meter mano y añadir un toque de azul y una par de corazones dibujados con el rotulador indeleble. Quedó preciosa. Cuando acabé de darle el toque final me di cuenta de que mi primogénito ya estaba en otros menesteres. Le pedí que posara para la foto con su gran obra de arte. Atendió mi ruego con pocas ganas y muchos deseos de seguir con sus asuntos.

Al día siguiente, también de camino al cole, vino a mi encuentro con algo en la mano. "¿Lo puedo pintar, mami? ¿Con los pinceles?" me pidió mientras me mostraba una piedra redondita y gris oscuro. Resignada me metía la ración de sobrepeso al bolsillo del abrigo (Ese día no llevaba bolsa). Si seguimos así mi peque va a poner mucho color a mi invierno.