Cuando salimos de casa aún era de noche. Daniel iba dando botes de emoción y el bebé medio dormido. Cogimos el metro tempranito porque el primogénito tenía miedo de que el Tren de la Fresa se fuera sin él. Conseguimos las entradas a través de un emocionante sorteo de Los planes de María. Fuimos ganadores de reserva y... poco después ¡¡las entradas eran nuestras!!
Llegamos mucho antes de la hora fijada. Los pequeños aprovecharon para hacer de las suyas en los charcos y el tren de la entrada. Menos mal que les había llevado las botas de agua por si acaso.
Subimos al tren y los niños alucinaban. Logramos controlarlos un poco con unos cuentos que había llevado mi suegra (Qué buena idea), historias y canciones que nos íbamos inventando sobre la marcha. El mayor no dejaba de preguntar cuándo nos iban a dar las fresas ¡Y eso que no le han gustado nunca!
Cuando por fin apareció la chica vestida de época y le entregó su cajita los devoraba. Ponía caras raras, pero se los comía negándose a compartir. El pequeñajo también se los comió muy a gusto. Al llegar a Aranjuez nos esperaba un autobús para trasladarnos al Palacio Real, dónde se incluía una visita guiada.
Iván, que ya se había levantado con sueño, la empezó a armar parda. Lo metí en el carrito y entramos al palacio rezando porque se portaran bien. Al principio, Daniel alucinaba con als historias que me iba inventando sobre los cuadros y tapices. El más chiquitín señalaba las estatuas y figuras de animales. Pero pronto el bebé se puso a chillar encantado de oir su propia voz, pero sin dejar escuchar a la guía, y el mayor no pudo evitar echar mano a lo prohibido. Así que decidí abandonar el grupo. No fue fácil porque teníamos cortada la retirada y hubo que seguir hacia adelante todo el camino esquivando visitantes.
Por un lado, estuvo bien, proque al menos, lo vi todo, más o menos, pero por otro lado, hasta que salimos tuve que tener mil ojos con Daniel. Acabamos en el patio de armas con los peques corriendo como locos de uno a otro lado. menos mal que los vestí de rojo a uno o verde al otro y se les veía muy bien. Iván se llevó una bronca grandísima por su genial idea de coger piedras del suelo y tirárselas al primero que pasara.
Cuando salió mi suegra de la visita nos dirigimos a los jardines con más calma, los peques se metieron por los setos en forma de laberintos y se pusieron hasta las orejas de barro. Tuvimos un rato de calma viéndolos correr de aquí para allá y admirar a los patos, pero pronto los chiquillos empezaron a clamar por comer.
A base de galletas aguantaron hasta que encontramos un restaurante cercano al lugar donde nos recogería de nuevo el autobús para la visita de la tarde. Los niños comieron muy bien y finalizamos el homenaje con cafés para las mayores y helados para los pequeños. A la hora de subir al autobús hubo que tirar lo poco que les quedaba por comer y hubo otro pequeño drama.
La visita de la tarde nos encantó. Admiramos el Museo de Falúas con sus impresionantes embarcaciones, su cocodrilo disecado, sus minicañones que fascinaron al mayor... Era muy pequeño y tardamos menos de cinco minutos en recorrerlo. Con mis fieras era imposible hacerlo con detenimiento.
Lo mejor fue el jardín botánico, más grande que el retiro, y con muchas sorpresas: impresionantes fuentes, estanques con patos y cisnes, bellísimos rincones llenos de color... Cuando dijimos de ir acercándonos al lugar en el que nos recogería el autobús para llevarnos de nuevo al tren de madera, mi niño mayor nos suplicó para que nos quedáramos más rato en el jardín. Fue imposible escuchar su súplica porque se nos escapaba el autobús.
De nuevo en el tren, pensamos que los chiquillos, agotados, se quedarían sentaditos en sus asientos. No podíamos estar más equivocadas. No pararon de saltar, correr y liarla parda. Acabé tan enfadada que a partir de entonces los tuve castigados hasta que volvimos a casa. Lo que significó llantos, berreos, amenazas, gritos, advertencias, amenazas...
Una vez en el hogar los metí en la bañera de cabeza. Iván lloriqueaba agotado, así que le di un biberón consistenete y lo metí en la cama. Daniel aguantó un poco más, pero al final también se rindió pronto a los brazos de Morfeo.
Confieso que yo no tardé mucho en seguir sus pasos.
Jajaja, veo que lo pasaste de cine!! Me alegro de que disfrutarais y de que les gustaran las fresas.
ResponderEliminarSíii, muchas gracias. Fue un planazo como todos los de vuestra página :D
EliminarJejeje, no veas que tute, vosotros no paráis nunca!!! Lo del tren de la fresa le molaría mucho a Peque...:)
ResponderEliminarMuas!
Sí, me temo que agoto a los peques y luego se sobrexitan. Mucho me quejo, pero parte de la culpa de su comportamiento se deberá seguro al cansancio :S
EliminarEl próximo finde toca relax :D
Seguro que a peque le encanta este plan porque encima lo del tren de madera de principios de siglo XX les flipa jajaja
Que bonito, no lo había oído nunca.
ResponderEliminarSí que es chulo, pero sólo lo hacen con buen tiempo. Creo que era el último de la temporada. No lo conoce mucha gente.
EliminarAdoro Aranjuez desde pequeña. Tiene algo mágico. Un día de estos tengo que ir en el tren de la fresa. Nunca he ido y dicen que es tan bonito... Lo que no sabía es que hacían el recorrido ahora en octubre. Tenía idea de que era en verano sólo. Besotes!!!
ResponderEliminarPues te va a gustar porque tiene mucho encanto. Sí que era sólo en verano, lo deben haber ampliado, aunque creo que el del domingo pasado era el último de la temporada
EliminarQue chulada, os lo pasaraiais pipa!!!!!! es que Aranjuez tiene su aquel, es bastante bonito y con muchas cosas que ver.
ResponderEliminarUn besete
Nos lo pasamos pipa la mayor parte del tiempo y de peleas y riñas de vez en cuando jajaja
EliminarCon los niños ya se sabe :S