Este año me he vuelto a animar a organizar un par de cosillas en las TdN. Cada vez vienen más niños y hace ilusión aportar tu granito de arena para que se lleven la mejor experiencia posible. Así que me lié la manta a la cabeza y metí dos actividades. Una de ellas era el cuento juego que conté en la clase de Iván con motivo del día del libro, El misterio de las estatuas de piedra sabias. Pensé que como ya tenía una experiencia previa sería más fácil, peor ¡oye! Cada público es diferente y no es lo mismo 26 niños de segundo de primaria, que 14 frikazos de todas las edades. ¡Madre mía! Sabían latín en todo lo que tuviera que ver con magia, mitologías y aventuras, pero estaban algo oxidadillos en mates jajaja Se nota que aprovechan el verano para reiniciar, ¡como tiene que ser!
Además, estaba presentes los padres, que eso también era nuevo para mí. Total que me puse tan nerviosa como en la clase de Iván, pero los peques me lo pusieron muy fácil. Se implicaron en la historia desde el principio y participaron con muchas ganas. Fue un poco difícil adaptarme desde un bebé de año y medio o dos años, hasta alguno de 12 o 13 (soy malísima para calcular edades).
Los peluches que llevé para la aventura fueron mi salvavidas entre los más pequeños, que se encargaban de cuidarlos después de cada actuación. Los mayores se dedicaron a buscar las pistas y resolverlas con mucho ahínco, tanto que a veces a los más pequeños les resultaba un poco difícil meter baza y tenía que intervenir un poquito para animarles.
Al principio, Daniel me troleó muchísimo y casi pensé que se iba a cargar la actividad completamente por ataque histérico de su madre, pero un par de amenazas referente a la zona de videojuegos parecieron calmarle. El tema es que él quería hacerlo todo y a su manera con lo cual me estaba rompiendo todos los esquemas desde el principio. También empezó a hacer rabiar a su hermano con lo que no me quedó más remedio que separarlos enérgicamente (creo que incluso le clavé los dedos en el brazo de cómo me estaba poniendo). En fin, menos mal que al rato se le fue quitando el ceño fruncido.
Desde el minuto cero tenían muy claro que el malo era el basilisco, aunque me siguieron el rollo igual de entusiasmados. Aceptaron salir de misión a buscar sus debilidades a pesar de que se las sabían todos, pero les debieron parecer divertidos los retos porque se lanzaban a por ellas y las resolvían ayudándose entre ellos.
Cuanto más avanzaban, más compañeros se convertían en estatuas, aunque como eran mágicas podían seguir ayudando y seguían a sus compañeros a todos los sitios, así podían seguir jugando. El siguiente que se convertía en estatua lo decidía el último en volverse piedra.
El cuento duró mucho menos que la primera vez que lo conté, los peques resolvieron las pruebas bastante rápido. Casi al final tuve que petrificar a las estatuas, que eran los más mayores para que los peques pudieran participar un poco más activamente, porque se mostraban un poco tímidos ante el entusiasmo de los mayores. En esas estábamos cuando Daniel decidió dar un espadazo al basilisco y éste se cogió tal enfado que empezó un encantamiento en cadena en el que uno iba convirtiendo al siguiente en piedra. le dije que sólo iba a quedar uno sin petrificar para que pudiera salvarlos a todos y que si seguían así, sólo quedaría el peque de un año y medio que ni sabía hablar. Eso significaría que perderían el juego. Agustiados se miraron unos a otros para ver quien quedaba libre de la pegatina en la frente que indicaba que estaban bajo el maleficio que pudiera salvarles. Sólo quedaban el bebé y otro peque de unos cuatro o cinco años, evidentemente convirtieron la más chiquitín y se giraron expectantes hacia el único niño sin hechizar, que se empezó a poner muy nervioso.
En vista de la situación dejé que las estatuas le recordaran al pobre las pistas que teníamos para vencer al monstruo, pero se formó un guirigay tremendo, porque no se acordaban y hubo que sacar las pistas de nuevo. Todos comenzaron a hablar a la vez al héroe que quedaba y casi le empujaron a poner al basilisco el espejo delante de sus ojos para convertirlo en piedra y que se rompiera el embrujo. Al segundo, otro peque cargó contra la estatua del bicho y la rompió en mil pedazos (imaginarios, porque era una serpiente de peluche con una capa con capucha y cuernos). No dio tiempo a preguntar si querían adoptarlo y educarlo en el camino del bien. Demasiado mazmorreo entre las filas, me temo.
Me ha gustado tanto como cuando contaste el de la clase de Iván! La verdad es que me da pena no tener más experiencia en rol y escape rooms, pero a ver si lo logro poco a poco.
ResponderEliminarAquí lo importante es tener ganas de pasarlo bien y tomarte los fallos a risa para que los peques se diviertan. Si todos tienen ganas de pasarlo, al final se lo pasan bien por mucho que nos equivoquemos. Pase lo que pase nunca parar el juego. Y todos somos humanos jajaja Yo fallo mucho, pero sigo adelante! Atrévete ;)
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