Me han repetido hasta la saciedad que ponerle Daniel de nombre al niño era una mala decisión porque no hay ningún pequeñajo con ese nombre que no salga travieso (por eso de los famosos dibujos animados de 'Daniel el travieso' que me temo que nuestros hijos no conocerán por culpa de los archifeos 'Gormitis', por poner un ejemplo).
Yo me reía y pensaba: "¡Vaya tontería! Éste se va a parecer a mí, que sólo comía, dormía y engordaba como una cerdita". Pero no, los genes me jugaron una mala pasada, probablemente por ponerle el nombrecito de marras (cada vez me creo más eso de que encierra una maldición). Y el chiquillo no sé a quien se parece, pero a mí no, desde luego.
En realidad, el nombre me encanta. Se lo repito mucho porque me suena muy bien. Aunque hasta que no me quedé embarazada no sabía que un hijo mío se llamaría así. A veces de pequeñas elegimos nombres para nuestros supuestos futuros hijos. No recuerdo que Daniel se encontrara entre mis posibilidades.
Durante un tiempo barajé Áticus si era niño (del libro 'Matar a un ruiseñor') o Sofonisba si era niña (del libro 'Botones de soltero'. Dos lecturas muy recomendadas, aunque éste último es imposible de encontrar hoy en día). Supongo que Daniel ha salido ganado con mi cambio de opinión.
La verdad es que si pudiera volver atrás no se lo cambiaría por otro (quizá Morfeo, que dicen que dormía mucho), pero a partir de ahora tendré en cuenta las connotaciones que tiene los nombres, porque a la vista está que a veces se cumplen.
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