El otro día estaba jugando con Danielito cuando de repente le entraron unas ganas trrmendas de rechupetarme la mano. A veces le pasa. Pero esta vez fue diferente. Noté un cambio sustancial. Algo muy pequeño, duro y afilado como un diamante picudo me taladró la carne.
Mira que bien. Al niño le salido un diente. Ya nada volverá a ser lo mismo. A partir de ahora, cada vez que se acerque mi mano a la boca, salivando anticipadamente, tendré que preparame para el dolor. No es que duela mucho, pero molesta. Y encima toca aguantar con disimulo porque a él también le toca lo suyo.
Todo el mundo asegura que el pobre lo está pasando muy mal con esto de los dientes. Que le duele mucho. Aunque yo me pregunto: cómo demonios saben eso. ¿Les han preguntado a 100 bebés y el 99% de ellos han rellenado la casilla de "Sí, me duele mucho cuando me empiezan a salir los dientes". Porque a este bebé no se le vé muy molesto. A lo mejor es que todavía no ha llegado al momento culmen de salida de dientes a porrillo con dolor en abundancia y noches en blanco para los papás. Me echo a temblar sólo de pensarlo.
Puede que sufra en silencio mientras machaca mi mano. El caso es que como lo hace de una manera muy simpática yo me dejo cómo una pelele. Si es que hay veces que hace de mí lo que quiere.
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