Limpieza, chapuzas y una visita de México

El sábado nos liamos la manta a la cabeza y nos pusimos a adecentar nuestro humilde hogar. Maribel, de B aprende en casa, me había sugerido que le pidiera a la tutora de Daniel que le encargara alguna tarea con la que se pudiera sentir importante y, a lo mejor así entraba más contento al colegio, pero en la clase ya existe la figura del encargado, que es el que hace ese clase de tareas. Cada día le toca a un niño, con lo que cada 27 días lectivos Daniel es el encargado de repartir material, borrar la pizarra y alguna cosilla más. Huelga decir que ese día especial sale encantado y anunciando a los cuatro vientos que él ha sido el encargado. Cómo puede que el problema también provenga de casa (celillos fraternales), decidí aplicar el consejo de Maribel en la operación limpieza. ¡Y que éxito! Gracias Maribel. Muy acertada tu observación.

Primero le di un cepillo muy grande para que me quitara los pelos de los gatos del sofá. El bebé también quiso y le di otro cepillo pequeñito. Y allí los tuve a los dos entretenidos un buen rato cepilla que te cepilla. Cuando se cansó el mayor (al pequeño no había quien le quitara el cepillo), le puse a limpiar el baño. Él restregaba una bayeta con gel  y yo otra con Don Limpio Lejía. El peque estaba encantado y nuestro baño principal relucía. Cuando acabamos la tarea se dedicó a limpiar un espejo de cuerpo entero mientras yo hacía lo propio con el del lavabo. Hay que ver cómo echaba el flis flis y con que ímpetu pasaba el papel de periódico (es genial para limpiar cristales. Yo tampoco lo creí al principio). Finalmente tocó poner la lavadora. Agarró su lavadora de trapo llena de ropa sucia y metió todo lo que cupo en la de verdad. Entonces se giró hacia mí y me soltó "Quiero poner el veneno". Para mis hijos veneno es todo producto de limpieza. Le rogué que tuviera muchísimo cuidado, lo subí a una silla cruzando los dedos, le tendí el tapón de detergente primero y el de suavizante después y mi primogénito casi no derramó nada. Rápidamente limpié las gotitas que cayeron al suelo para que al otro no le diera por tocarlas y chuparse los dedos. Y hasta ahí llegó la fiebre limpiadora de Daniel. Entonces proclamó su deseo de descansar frente a la tele un rato y le di el gusto, porque se había portado como un campeón.

A medio día, papá se fue con los chiquitines al Leroy Merlín a comprar material para unas chapucillas caseras y así me dio la oportunidad de dormir una estupenda siesta. Luego me contó que se lo recorrieron de arriba a abajo para hacer tiempo y dejarme dormir tranquila. Gracias, gracias maridín. Eres el mejor.

Por la tarde llegó la hora de las chapuzas. Daniel e Iván se empeñaron a ayudar a su papá y casi lo conducen a un ataque de nervios. A él y a mí que, cada vez que pasaba por delante de la zona en obras, me encontraba una escena más y más peligrosa. Así que acabé pasando cada segundo por si acaso.

Poco después de acostar al bebé, recibimos una visita muy especial. Mi amiga Mayte había venido de México por motivos laborales y había encontrado un hueco para venir a vernos. ¡Qué alegría! Nos trajo unas muñecas preciosas, que son de adorno, pero que Daniel se empeñó en despeinar. Luego me costó la vida hacer esas trenzas con lazos. Desde luego, no quedaron ni parecidas a las originales, pero las muñecas siguen siendo preciosas. Al día siguiente, Iván las localizó enseguida y también se empeñó en que eran un juguete. Se las dejé un poquito, lo justo para decidir que, a partir de ahora, permanecerán en un lugar bien alejado de las manitas de mis dos infantes.

El peque mayor se portó relativamente bien durante la cena. Mayte opinaba que se había comportado muy educadamente, pero las madres somos más exigentes, me temo, y se llevó alguna regañina antes de irse a dormir. La velada fue divertida, nos pusimos al día de nuestras vidas, hablamos de la actualidad, disfrutamos de una buena botella de vino... Y los niños permanecieron dormiditos todo ese tiempo.