sábado, 13 de abril de 2013

A Daniel le gustan los cuentos no profesionales

Con la pasión que tiene mi niño mayor porque le cuentes cuentos, que nunca se cansa de escucharte y luego le llevas a un cuentacuentos profesional y no le hace ni caso. Es, cuanto menos, curioso.

Tras la vacaciones volvimos a la rutina. La biblioteca a la que vamos a ver a los cuentacuentos han recortado estas actuaciones a una al mes. Una pena porque la verdad es que los mese de invierno es una opción divertida a la par que educativa para los peques.

Después de un tiempo en el que no nos perdíamos ninguno Daniel perdió el interés y empezó a portarse tan mal que me quitó la ganas de acudir a la cita. Cuando le preguntaba el mismo me decía que no quería ir, así que no veía ninguna razón para obligarle. Acabábamos por quedarnos en casa o, si el tiempo lo permitía, en el parque.

La primera semana después de las vacaciones me sorprendió demostrando unas ganas inusitadas de ir a la biblioteca. Supongo que para reencontrarse con amigo que no ve ni en el cole ni en el parque. Decidí darle otra oportunidad y nos presentamos en el lugar después de un largo periplo bajo una lluvia torrencial. Los chiquillos iban sobradamente preparados para afrontar el mal tiempo y me costo mucho meterlos bajo techo y convencerles para que dejaran de saltar en los charcos.

Una vez en el interior, se dedicaron a coger los libros infantiles que estaban a mano y ojearlos con otros niños. Estaban tan entretenidos que hasta me dejaron unos minutos libres para charlar con las otras mamás. Pero el milagro duró sólo hasta que empezó el espectáculo. El narrador me encantó. ya lo había visto en otra ocasión. Gesticula muchísimo, cambia la voz según el personaje y logra introducir a los niños en el cuento con mucha facilidad. Hasta los padres soltaban alguna que otra carcajada.

En cambio Daniel se dedicó a recorrer las biblioteca con su hermano para pedirme que le leyera éste o este otro cuento. Accedía a sus peticiones, pero de vez en cuando le preguntaba si no prefería escuchar al cuentacuentos. Parecía que lo que contaba era muy divertido. Su respuesta era siempre no. Me extrañó muchísimo porque hasta Iván estaba pendiente de la historia.

Estaba contándole por séptima vez una divertida historia sobre un señor que se despertaba asustadísimo porque notaba la presencia de unos goblins malísimos que se lo iban a comer, pero que resultan ser una par de gatos bromistas, cuando un mal olor muy conocido me llegó a la nariz.

Le pedí a una amiga que se quedara al cargo de Daniel mientras buscaba un lugar discreto donde cambiar al benjamín. Mi niño mayor se quedó con ella encantado mientras le enseñaba la historia del señor y los gatos.

El único lugar a propósito para cambiar al peque que encontré fue el suelo del baño para inválidos. Extendí el empapador, le puse la bolsa de pañales como almohada y le puse el pañal limpio en un tiempo record.

Cuando volví al lugar del acto, Daniel se había unido a sus amigos por fin, pero en vez de escuchar atento, estaba jugando a tirarse encima de otros dos niños que hacían lo mismo con él. Les dejamos estar porque no hacían ruido y no molestaban al resto. Así tuve la oportunidad de sentarme tranquilamente con Iván, al que sí parecía interesarle los que le pasara a la princesa, al rey y a las rosas blancas.

4 comentarios:

  1. Pues sí, es curioso! Os toca seguir siendo los contadores oficiales de Daniel! Bsss

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    1. Nosotros, mis hermano, las abuelas... Le encanta que le cuentes un cuento, pero debe que ser que no le gusta que hayan más niños alrededor jajaja

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  2. Oye, pues lo mismo tienes el futuro en ser cuentacuentos de biblioteca. Te veo potencial. Jajaja. Besotes.

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