Con la primavera llegan los abuelillos, esas plantas que soplas y dejas sin su capa de pelillos blancos. Se supone que antes de soplar pides un deseo. O así era cuando era niña, pero mis peques los dejan calvos a lo loco. Sin deseo ni nada.
El otro día nos encontramos con el primero de la temporada. Volvíamos de Natación cuando, de repente, Iván lo vio y se puso loco de contento. Como ya tiene la experiencia de intentar arrancarlo y que se despeluje antes de tiempo se agachó para soplarlo. Se ve que están en su momento inicial porque estaban bien agarrados y no lo logró. De repente, Daniel reparó en lo que estaba haciendo su hermano y se acercó cual elefante en una cristalería, arrancó a la pobre plantita y la dejó calva de un soplido estilo lobo feroz en cuestión de segundos. No tardó mucho Iván en ponerse a berrear por tal afrenta.
"¡Pero bueno!", les imprequé, "¿O vais a pelear por uno cuando tenéis cientos a vuestras espaldas?" Y es que ni se habían enterado. Se giraron a la velocidad del rayo y se les iluminó la cara medio segundo antes de mirarse con inquina competidora y salir disparados hacia el missssmo abuelillo al grito de "Es mío, es míooooo".
A punto de perder la paciencia me vi en la obligación de intervenir de nuevo. "Daniel para allá, Iván para el otro lado. Y ni se os ocurra arrasarlo todo". Cada uno corrió hacia un lado diferente y se agacharon para soplarlos sin hacer una escabechina como les había pedido. Aunque, en cuando me despisté, arrancaron algunos. Estaban eufóricos. Se ve que eso de soplar abuelillos engancha tanto como explotar las burbujitas de los embalajes.
Después de soplar a diestro y siniestro de manera gratuita, a Daniel se le ocurrió echarle imaginación al asunto y enroló a su hermano para hacerle la guerra a los árboles transformando a los abuelillos en letales armas bacteriológicas (supongo). Con risa malvada se acercaban a los troncos y soplaban con más entusiasmo si cabe. Y ahí fue dónde tuve que parar el juego porque se nos hacía tarde y al día siguiente había que madrugar.
Entonces fue Iván el que tuvo una idea genial: coger una abuelillo cada uno para los libros de la naturaleza. Costó muchísimo que llegaran relativamente enteros hasta casa. Una vez en el hogar sacamos los libros y los pegamos para que pasaran a formar parte de la colección. Les pusimos mucho celo en los pelillos blancos, porque los muy traviesos se empeñaban en caerse y desparramarse. ¡Con lo que había costado que llegaran a casa!
Me encanta estas situaciones imprevistas.
Es que como esperen a que se les cumplan tantos deseos como abuelitos tiene el campo lo llevamos claro jajaja
ResponderEliminarBesos
Te imaginas???! Jajaja sí que sería un enorme trabajo cumplir los deseos de estos dos. Y miedo me da jajaja
EliminarEs que esa es una de las cosas más divertidas para hacer en el campo. Yo tampoco puedo resistir la tentación de soplarlos cuando veo uno. Jajajaja. Besotes!!!
ResponderEliminarPues sí. Yo también confieso. Es una tentación imposible de ignorar. Abuelillo que veo abuelillo que soplo. A no ser que estén mis fieras que son unos gumias y no dejan nada para mí jajaja
EliminarA nosotros también nos encantan!!! Pero nosotros lo llamamos dientes de León, y no pedimos deseos simplemente los soplamos hasta que se quedan desnuditos jajaja. Pero vamos que es un entretenimiento genial!
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