Y vio su oportunidad cuando la familia decidió irse de puente a Málaga un poco de improviso. Seleccionamos un camping que prometía mucho ubicado en Marbella y allá que fuimos con muchas ganas de explorar la zona.
Lo que no tuvimos en cuenta es que el lugar estaba lleno de simpáticos alemanes que creían en la figura del Krampus, ya que forma parte de su folklore navideño, lo que pareció insuflar renovadas fuerzas a la criatura. Hasta lo vimos asomando su fea sonrisa desde una de las caravanas sin ningún pudor. Parecía que se estaba burlando de nosotros y nuestra alegría navideña.Realmente, la creencia de los alemanes del camping, de la que hacían gala con sus simpáticos adornos navideños, le debió dar mucha fuerza al vil ser porque intentó conjurar mal tiempo sólo para fastidiarnos. Afortunadamente nuestra ilusión le reventó los planes porque tuvimos hasta calor y casi siempre llovió cuando estábamos ya recogidos en nuestro bungalow prefabricado, que tenía su encanto y una gran terraza en la que hasta pudimos comer un día (chúpate esa Krampus).De la rabia que le dio sospechamos que se formó un tornado que hizo que arreciara una fuertísima lluvia sobre los finos, pero fuertes, techos de nuestro alojamiento y que supuso que se fuera la luz. por supuesto, enseguida pensamos en lo importante: ¡No podemos enchufar los móviles y están temblando las baterías de estar todo el día haciendo fotos! Como dijo Raúl, que bien que tuviéramos las prioridades claras. ¡Quién necesita que funcione la nevera llena de comida o la bomba de calor cuando se va el sol y bajan las temperaturas!Menos mal que teníamos linternas y que la cocina era de gas. Valerosamente me presté a cocinar para la familia, que en esas circunstancias era trabajos de riesgo extremo. Ahí me di cuenta de que esta gente no tiene ni idea de iluminar con una linterna a nadie. Con cualquier cosa se me despistaban y ¡hala! A oscuras y con la sartén. Para matarlos.
En fin, que casi podía oír las risas del Krampus regocijándose con nuestro sufrimiento. Pero se le cortó en la garganta cuando percibió que nos lo estábamos tomando como una aventurilla más de nuestras vacaciones. Amigo, te salió el tiro por la culata.
Afortunadamente, la luz no tardó mucho en volver y pudimos correr a enchufar nuestros móviles por si se repetía al incidencia.
Esa noche dormimos muy tranquilos, sabedores de que le habíamos vencido a él y a su enorme maldad. Poco nos podíamos esperara que él siguiera tramando trastadas a cual peor.
El penúltimo día de estancia, tentó a los peques para que saltaran cual cabritillas en unas rocas de uno de los paseos marítimo de Puerto Banus. La verdad es que se lo estaban pasando tan bien que no vi peligro en lo que hacía. Raúl sí, pero es que no tiene alma de niño como yo. Intentó frenarles un par de veces para que andaran por el paseo como todo el mundo, pero se rindió al ver el escaso éxito que estaba teniendo.Al día siguiente, Iván amaneció con uno de los tobillos inflamados y el padre de las criaturas tuvo su momento de gloria de "Te lo dije", pero quedó bastante deslucido ante la actitud del pequeño de "Valió la pena y lo volvería a hacer".
Tocó ir a urgencias ya allí el Krampus también debió hacer de las suyas porque tardaron nada más y nada menos que seis horas en salir por una torcedura leve de tobillo. Y encima el chiquillo desapareció de las listas de los médicos ¡dos veces! No me digáis que no es cosa de magia. O de caos total por ser una día festivo de servicios mínimos.Se había ido con el padre, mientras Daniel y yo les esperábamos en el camping teniendo un día de los más tranquilo y relajante. Por lo visto, les habíamos metido mucha tralla a los peques con hacer turismo y estaban estallados. No me aguantan nada estos críos.
Cuando por fin llegaron los de Urgencias, Iván tampoco quería hacer nada más que jugara a la tablet y, como mucho, leer tranquilamente. Totalmente comprensible teniendo en cuenta su pobre tobillito. Aunque cuando lo vi saltar con gran soltura un poco después empecé a sospechar que tampoco estaba tan mal como quería aparentar. En fin, que tampoco me iba a morir si hacía como que me lo creía y le daba más mimitos de lo normal.
Su hermano y yo ya habíamos visitado el bar del camping y descubierto sus magníficas pizzas, así que me presté a ir a por una para los recién llegados. También las preparaban para llevar. Y como broche de oro compré helados. Desde luego, el Krampus lo tenía muy difícil con nosotros.Para su desesperación, Iván y yo empezamos a cantar villancicos alemanes inventados para fastidiarle aún más: "Navidenzein, campanatchun, subanestrujenbajeeeeeeeen". Sólo por lo mal que lo hacíamos estábamos seguros que el bicho malo saldría por patas por una buena temporada.
Volvimos a casa el día 9 y nos habíamos quedado en el 3 en el calendario. ¡Había muchos chocolates que encontrar!
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