viernes, 1 de agosto de 2014

Buscando zombis desesperadamente

Daniel llegó a Las Palmas con unos deseos locos de ver a su tío Fernando. Porque le quiere mucho y por otra cosita. Un deseo oculto que guarda desde Navidades: jugar a su juego Zombicide. Mi hermano le dio el gusto y se vino una mañana cargado con tablero, cartas y zombis para hacer feliz a su sobrino. Pasamos un rato maravilloso  en nuestra lucha contra los no muertos, pero al peque le supo a poco. Desde entonces no paró de lamentarse porque él quería tener muñecos de zombis y clamaba por que llamara otra vez a su tío para que se los dejara ver un poco.

La abuela, que es otra blanda, le prometió, sin pensar en las consecuencias, que le llevaría a una tienda multiprecio a comprarles unos cuantos. ¡Aaaay! ¡Que ingenua pensar que allí venderían adorables zombis de plástico para su querido nieto! En realidad, creo que pensaba que, una vez allí, vería otra cosa que le gustara y se acabaría el problema. Pero la obsesión de Daniel no tiene límites y con la desilusión en la mirada le pidió a su abuelita que le llevara a otra tienda que sí tuvieran zombis. Eso sí, Iván salió de allí con su espada, catalejo y parche pirata tan feliz de la vida.

Con el alma encogida mi madre, y yo misma, consultamos a mi hermano acerca de tiendas en las que pudiéramos conseguir el ansiado tesoro. Esa tarde arrastré como pude a Daniel a la piscina de la tía Silvia, mientras mi madre se encargaba de visitar las tiendas de comics, cercanas a su casa, que nos había recomendado el experto.

Los niños se lo pasaron genial chapoteando en la piscina. Cuando se cansaron pidieron ir al parque a jugar un poco. Íbamos de camino a uno cuando llamó mi madre a punto del ataque de nervios porque no encontraba más zombies que los del juego de mi hermano, que valía 78 eurillos de nada, y nos pedía pasar por la tienda a la que suele ir Fernándo a probar suerte o estaba a punto de hacer una locura. Temiendo por la paz mental de nuestra madre, mi hermana nos montó a todos en el coche y nos llevó a la tienda, La Comarca Games. Como no había manera de encontrar sitio, la tía Silvia se quedó con los niños en el coche mientras yo salía escopetada hacia nuestra última esperanza.

Abrí la puerta y vi a un montón de gente jugando muy concentrada. No me quedaba claro quien podría ser el encargado, así que me puse a mirar muy interesada unas baldas llenas de juegos en espera que alguien se percatara que estaba más perdida que un pulpo en un garage. Por el rabillo del ojo vi que un chico se me acercaba... ¡bingo! Que sorpresa me llevé cuando levanté la vista y vi que era mi hermano. ¡Y que alegrón! En seguida se prestó a ayudarme. Pero ni con toda su buena intención encontramos algo que no supusieran un desembolso extraordinario. Me presentó al dueño de la tienda, que era de lo más simpático. Escuchándonos se hizo cargo de la gravedad de la situación y me aseguró que tenía justo lo que buscaba. ¡Y vaya si lo tenía! Me alargó una cajita con un porrón de zombies de warhammer ya montados y de los más horripilantes. Perfectos para mis diablillos. Y no me quiso cobrar ni un duro por tal tesoro.

La carita de Daniel cuando los vio fue para enmarcar. Y su hermano enseguida se unió a la fiesta. Emocionados se bajaron del coche para darle las gracias.

Ahora tenemos guerra zombi para rato. Entre los dos se montan unos apocalipsis dignos de Walking Death.

Yo creo que el amigo de mi hermano no se llega a hacer una idea del favor que me hizo.

4 comentarios:

  1. Cómo mola la gente maja!!! Si es que uno se encuentra gente estupenda por ahí. Un besote!!!

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    1. Sí que mola. Sobre todo cuando te sacan de un apuro tan gordo. Tenías que ver la carita de desesperación del niño porque los zombis no llegaban. Ainss

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  2. Favorazo de los grandes!!!! Y qué devota eres buscando zombis pa tu niño, jajajajaja!
    Muas!

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  3. Es que mi madre me mete en unos embolaos jajaja

    A mí nunca se me hubiera ocurrido prometerle los dichosos zombis!!!

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