Y a la tercera... ¡Yupiiiii! Lo habían abierto por fin. Pero también habían instalado una atracción de rodillos inflables sobre agua que hizo que a mis churumbeles se les iluminaran los ojillos. Ni que decir tiene que se lanzaron a la cola como locos. Después de media hora de espera se metieron en el rodillo inflable muy emocionados y a Iván hubo que sacarle al minuto porque con el ímpetu que le ponía su hermano no paraba de rebotar contra las paredes de una forma un pelín violenta. El chico fue muy amable, porque nos devolvió el dinero del chiquitín y pudimos meterle en las camas elásticas.
Lo cierto es que fue agotador. Iván se empeñó en subirse al tobogán grande tres veces y las tres veces tuve que subir a buscarle porque no se atrevía a tirarse. Me pedía que me tirara con él, pero con tanto niño por medio me parecía hasta peligroso. Llegar hasta la boca del tobogán no era nada fácil porque estaba hecho para que cupiera un niño, no una adulta con sus mollitas como yo. Por su parte Daniel, hacía el bestia a gusto perseguido por su tía. Una locura.
Mi hermana me confesó más tarde que se sentía como si le hubiera atropellado un camión. Si es que para aguantar el ritmo de estos hay que ser casi un atleta.
Los chiquillos, en cambio, llegaron a casa pegando botes y pidiendo guerra. Si es que no hay quien pueda con ellos.
Que pasada el castillo! Se lo tuvieron que pasar genial!
ResponderEliminarSí, pero era una locura con tantos niños jajaja
EliminarQué chulada!!! Me dan ganas de ir yo a jugar. Jajajaja. Besotes!!!
ResponderEliminarSí que daban ganas, pero era tamaño niños. Las veces que tuve que entrar a por Iván me dejé la espalda aaarrrg!!
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