Ir a macrotiendas del estilo Decathlon, Kiabi o Leroy Merlín con mis hijos es algo así como un infierno que ataca directamente a mis nervios. Son incapaces de andar tranquilamente al lado de sus padres, ¡incapaces!
Pero de vez en cuando toca ir y no siempre encontramos canguro para estas dos fierecillas. Esta vez nos presentamos en el Leroy merlín porque se nos ha roto el mueble de baño y tenemos que reponerlo. Que remedio que llevarnos a estos dos terremotos.
Nada más pisar la tienda comenzaron una loca carrera nadie sabe a donde y hubo que reñirles copiosamente. Afortunadamente, repararon en la exposición de muebles de jardín y se dedicaron a probar sillones, sofás y hamacas durante un rato, lo que supuso un pequeño respiro para sus progenitores, pequeño, que pudieron mirar muebles con tranquilidad durante unos preciados segundos.
Al rato, los peques se cansaron de probar asientos y comenzaron a cazarnos entre lavabos y grifos. No sabéis los estresante que es comparar características y que te salte un crío por la espalda con intenciones asesinas. Todavía me duele el dedo gordo del pie derecho, que fue el que más pisaron. Después de un espectáculo tipo mamá ogro, para deleite de los allí presentes, no supimos más de ellos durante un rato.
Yo me estaba poniendo de los nervios, porque no soporto perderles de vista mucho tiempo. Sí, soy un hervidero de contradicciones. Por fin les avisté y resulta que estaban jugando al escondite. Bueno, mejor eso a que te cacen salvajemente. Entonces nos dimos cuenta de que nuestra carro había desaparecido. Pensamos que algún desalmado nos lo había robado aprovechando las confusiones infantiles, pero no. Lo habían apartado bastante alejadamente, vete tu a saber por qué. Probablemente otro par de niños revoltosos. O los míos propios, que ellos juran y perjuran que no tienen nada que ver con el asunto.
Muy seria les informé de que tenían una misión importante que cumplir: cuidar de que el carrito no se mueva. Tenían que permanecer de guardia junto a él sin moverse pasara lo que pasara. No les hizo mucha gracia, pero pasaron por el aro. ¡Biennn!
Y nosotros otra vez a lo nuestro. Al ratito les veo asomar por un pasillo, sentados en el carrito, impulsándose con sus piernas y cantando alegremente canciones horribles. En cuanto vieron que me dirigía hacia ellos se pusieron a gritar: "Aaaaah, el cíclope, el cíclope", dieron marcha atrás y se piraron a una velocidad que yo creía increíble en esa postura y condiciones dejándome totalmente ojoplática.
Evidentemente, me tocó perseguirles, reñirles y evitar futuros accidentes. Se lo pasaron pipa huyendo del cíclope, ejem. Finalmente me convencieron para jugar con el carro en un pasillo poco transitado en el que iban de un extremo a otro y paraban en unas tarimas vacías que les hacían de islas. A mí la elección del mueble y el grifo se me estaba haciendo eterrrrna. Pero raúl seguía erre que erre, comparando, mirando, leyendo especificaciones... Por favorrrr. Me quiero ir a casa.
Y los peques venga subir y bajar, que ya me estaban mareando. De repente entró gente en el pasillo y me faltó tiempo para pedirles que pararan en su juego. "Claro mamá, me contestó el mayor. Vamos a parar porque se ha roto el barco" y se pusieron a arreglarlo con tanto entusiasmo que Daniel se despatarró debajo del mismo y casi tira a una pobre viandante que se lo tomó todo con buen humor, menos mal. Pero yo no. Yo me lo tomé muuuuuuy mal y los mandé bien lejos del carro.
Afortunadamente, Raúl parecía haber tomado ya una decisión a la que yo dije amén con tan de salir de allí lo antes posible. Recogimos nuestro mueble y nos fuimos a caja, donde los peques volvieron a asumir su papel de probadores de muebles de terraza. Allí encontraron una hamaca bastante grande de la que se enamoraron. Se subía uno, el otro, los dos... y patapúm, todos al suelo, Iván con ataque de ira y ansias asesinas por su hermano, Daniel huyendo como si no hubiera mañana y yo al borde de un ataque de nervios. Los cogía a ambos por u brazo, que puede que les salga un cardenal, no estoy segura de si a esas alturas medía mis fuerzas, y los posicioné a cada uno a un lado mío bien agarrados hasta que llegamos al coche.
Así es imposible, imposible. Y luego va y dice Raúl que le dejé todo el trabajo a él y que no me impliqué en la compra del mueble. Luego se extraña de que después de comer cerrara la puerta de la habitación, me metiera en la cama y no quisiera saber nada del mundo en un par de horas.
Mejor que vaya el padre solo. Un beso
ResponderEliminarPero es que no me fio de su criterio jajaajja
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