Les comenté el tema y les flipó, querían ponerse manos a la obra sin perder un segundo. Esa misma tarde sacamos folios, lápices, gomas... y empezó la parte creativa. Allí estábamos codo con codo creando seres horrorosos que luego tendríamos que enfrentar en el bosque tenebroso (parque).
Mis hijos con el lápiz y el color rojo tenían suficiente. Son así de concretos: figuras oscuras y sangre y más sangre. Yo le daba un poco de color a mis creaciones. Estábamos entusiasmados.
Al día siguiente fuimos a inspeccionar el terreno. Teníamos claro que había que ir temprano para no molestar a otros usuarios, buscar un lugar retirado lleno de árboles y, a ser posible, con una fuente que nos abasteciera de munición. Encontramos el lugar perfecto.
Pero aún tardamos unos días en realizar la misión porque queríamos dibujar más monstruos. Lo cierto es que las veladas de dibujar en familia nos estaba molando mucho. Iván me dijo que después de la batalla, teníamos que seguir haciéndolas. ¡Por supuesto!
El día D, Daniel dijo que no cedía sus dibujos para el sacrificio porque se los había currado mucho. E Iván separó algunos para que se salvaran de la quema, en este caso del agua. Daba igual porque yo había hecho un montón y el más pequeño había dejado mucho también.
Llegamos al parque y me puse a pegar folios en los troncos. Al principio con poco celo, pero se caían, así que teníamos que rodear el tronco. Los niños me ayudaron porque yo sola no podían rodear los troncos más gordos sin que se cayera el bicho.
En realidad, el parque estaba lleno de gente a esa hora tan temprana. No habíamos contado con los deportistas y paseadores de perros, que nos miraban con curiosidad al pasar. Alguno hasta se paró a mirar los dibujos con cara de póker.
Mientras los niños cargaron sus pistolas y comenzaron la batalla. Corrían de un árbol a otro con gritos de guerra disparando a diestro y siniestro. Afortunadamente, los viandantes iban por el camino y no corrían peligro.
Los peques se acercaron superfelices a los monstruos cargando con las bombas, pero éstas rebotaban contra el folio y estallaban en el suelo. Aquí había un problema. Daniel lo solucionó tirando el globo cerca del enemigo y reventándolo con un palo. Iván fue más práctico y decidió tirar el globo por encima del folio, con lo que estallaban al contacto con la corteza.
Entre las pistolas de agua y los globos estuvieron un buen rato guerreando a su gusto y pasándoselo genial.
Cuando acabó todo, recogimos los restos de globos, de celo y de monstruos, dejamos todo como lo encontramos, que, por cierto, estaba bastante sucio. Que pena que la gente aún no tenga conciencia de que los espacios públicos hay que cuidarlos para disfrutarlos todos. En su casa que hagan lo que quieran.
Acabaron la jornada jugando en unos columpios cercanos.
Evidentemente, quieren repetir, pero Iván ya me ha advertido que él no hace más dibujos para destrozarlos, que los enemigos los haga yo y listo. Ellos ya se encargan de salvar a la humanidad de la amenaza monstruosa. Pero sí que quieren las jornadas de dibujo en familia. Sí que son listos...
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