jueves, 8 de julio de 2021

Maldita lechuza

Un septiembre sofocante en Sevilla, tres intrépidos periodistas escolares y una extraña magia que asusta hasta a los más templados. Ésta es la premisa de Maldita lechuza, una lectura corta y jugosa que nos lleva a acompañar a un vallisoletano muy leído y mejor hablado por las tierras del sur en las que, incluso, acabar las palabras está mal visto.

Mucho le va a costar al protagonista de la historia que nos ocupa ganarse la confianza de alguno de sus compañeros y sí el odio, suspicacia y desconfianza de la gran mayoría. A lo mejor no le ayuda mucho su amor por el dardo en la palabra y lo surrealista. 

Pocos jóvenes pueden presumir de tener tan extenso vocabulario y saber usarlo. Ni quieren, que es lo peor. Menos mal, que en el modesto periódico del cole van a saber apreciar su don, así como otros dones y magias extrañas en las que se verán envueltos los protagonistas y que ponen los pelos de punta por sus implicaciones y alcance.

Aquí hay algo que huele mal y no sabemos si son los detractores de La bomba (periódico escolar), el destino que hace malabares con el futuro y el presente o algún diablillo guasón.

Poco a poco el puzzle empezará a tomar forma y nuestros perdidos periodistas incipientes tendrán que mojarse y coger el toro por los cuernos, digo... la lechuza por las plumas.

Estas poco más de 90 páginas me han cautivado, desde la portada, pasando por la forma en que se cuentan los acontecimientos y hasta la curiosa historia en sí misma. Se me hizo demasiado corta y no sólo me refiero a la extensión literal. Me he quedado con las ganas de saber qué pasa con los tres protagonistas tras el intenso final. Y, sobre todo, con esa madre aquejada por tan rara enfermedad y que les da la clave del triunfo y del desastre.

No es que sea un libro indicado para niños, pero por número de páginas y por la historia puede llegar a engancharles mucho, aunque el vocabulario se les puede hacer muy cuesta arriba. Prepárate porque te van a asaetear a preguntas y, si son como los míos, no van a querer ni oír hablar de buscar en el diccionario cada tres palabras.

Al final, su lectura se convirtió en un juego de definiciones para todos. Pasamos un rato muy divertido en familia. Y muy productivo también.

Me apena el poco vocabulario que manejan los peques hoy en día. En el caso de mis churumbeles es peor todavía porque lo tienen (lo sé porque entienden ese vocabulario), pero se niegan a utilizarlo y hablan fatal. 

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